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La ley del silencio

26/04/2020
 Actualizado a 26/04/2020
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Cuidado con lo que se habla. Y con lo que se escribe. Mucho tiento. Puede ser dañino para el bolsillo y hasta para la salud. Como el tabaco. Es la ley del silencio. La mordaza con cinta americana y capucha sin ojos ideada por el gobierno. De seguir así –que todo apunta a ello– a España llegará más pronto que tarde el totalitarismo y la miseria. Y no está el horno para bollos. El futuro luce un color pardo oscuro.

La astracanada que viene apuntalando Pedro Sánchez obliga a mirar más allá del Atlántico. Es la fuente de inspiración de sus socios populistas. El modelo. Con la cerviz agachada y la lengua fuera, el presidente –transfigurado en un enreda bailes de la política– se ha quedado genuflexo ante los pies de Pablo Iglesias. De forma tan servil como inconcebible. Nunca un político en la historia de la España democrática había caído tan en picado. No tiene paragón. Aquello que, con cara de circunstancias, enfatizó cuando comenzó la crisis pandémica de que ‘nadie se quedará atrás’, pura filfa. La cola es un hervidero.

La opinión pública –que se le ha ido de las manos al Ejecutivo a pesar de la encuesta del socialista Tezanos (otro que tal baila)– es, hoy, una hemorragia que sangra a borbotones sobre La Moncloa. La gente de orden se ha cansado de tanto disparate y es un clamor estruendoso. Primero, por cómo se está gestionando la demoniaca enfermedad del coronavirus, y, segundo, porque con la disculpa de las ‘fake news’ –que mejor sería decir noticias falsas y dejarse de gilipolleces idiomáticas– se está atentado contra el pensamiento libre. Es el vil subterfugio para anular la voluntad de todo un país.

Dan arcadas –el vómito suele llegar a continuación– que quienes más han engañado en los últimos tiempos denuncien, ahora, bulos y mentiras. No hay saco donde meter tanto despropósito. Dejando a un lado los antecedentes que adornan el actual panorama ministerial, la verbena dio comienzo el 13 de enero último en la toma de posesión de los Sánchez y compañía. «…con lealtad al Rey, guardar y hacer guardar la Constitución como norma fundamental del Estado…». Eso dijeron. ¡Y una mierda!

A partir de ahí, el disloque. Sánchez se ha convertido en el títere útil de Iglesias y sus correligionarios, a quienes les ha otorgado carta blanca con tal de seguir en el poder. Porque quienes no se pongan al hilo, los que –cual ovejas modorras– no entren mansurrones al redil, son unos fascistas. Y lo que ya retrata a esta gente es la ‘desescalada’ –palabra que no recoge el diccionario de la RAE– de los niños. Veintitrés cabezas pensantes y otras tantas cagadas antes de emplear el sentido común. Una vez más –¿y van?– les tocó rectificar. A uña de caballo. ¡Menudas lumbreras!
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