
La Lastra, Bucarest
30/10/2017
Actualizado a
16/09/2019
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Me ha impresionado un viaje reciente que hice a Rumanía, donde pude ver como son cotidianasestampas que están ya prácticamente borradas en León. En las carreteras de Transilvania es sencillo ver carros cargados de hierba tirados por caballos o más cuadrillas que máquinas para sacar patatas. En la capital, Bucarest, apenas estuve unas horas, que no me dieron más que para conocer el Casco Histórico y los principales atractivos turísticos, entre ellos Carturesti Carusel, una librería que se considera una de las más bonitas del mundo. Precisamente, hace ya años hice otro viaje a Bucarest a través del relato del último premio Leteo, Mircea Cartarescu, que el pasado miércoles recogió el prestigioso galardón. Por razones obvias he recordado estos días el relato de ‘El Mendébil’ incluido en ‘Nostalgia’, que narra la evolución de los juegos primitivos y un tanto tribales de niños de un barrio obrero que van evolucionando hacia una nebulosa adolescencia. Me recordaba al antiguo barrio de La Lastra, donde de pequeños jugamos entre las amplias habitaciones abandonadas del CHF, en los solares abandonados, en los aledaños de la casa del lechero o cogiendo caracoles en días de lluvia a lo largo del murete que recorre toda la ribera. Fabricábamos ‘pin balls’ con una tabla, puntas, gomas de los sobres, unas pinzas desmontadas y canicas y nos disparábamos garbanzos con los ‘capalobos’ que hacíamos con el cartón del papel higiénico y un globo pegado a un extremo. De vez en cuandonos peleábamos sin saber muy bien por qué y todo discurría en una libertad callejera con límites muy definidos que, por otra parte, rara vez traspasábamos. De aquello no queda ya más que el recuerdo, como en las líneas del narrador rumano. Incrustado el barrio en ese aborto de polígono residencial ya no hay hípica, ni gravera, ni se cruza por los ‘praos’ a Puente Castro. Ahora como en una metáfora de lo que nos fue sucediendo a aquellos niños, todo parece más civilizado, pero mucho más extraño.
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