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La geometría del agua

28/08/2021
 Actualizado a 28/08/2021
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Dicen que el agua configura su geometría en función de los elementos que están en ella o en contacto con ella, es decir, que el agua tiene memoria.

En ‘Los Mensajes del Agua’ Masaru Emoto (1943-2014) tomó unas muestras de una fuente de agua pura, congeló unas gotas y las estudió con un microscopio electrónico. Las fotografías revelaron preciosos hexágonos cristalinos parecidos a copos de nieve. Emoto tomó entonces agua de un río contaminado y comprobó que la imagen revelada no era un hermoso hexágono sino una forma desestructurada, como si el agua fuera sensible al entorno en que se halla.

Su investigación continuó hasta mostrar cómo los pensamientos, las palabras, las emociones, la música, una fotografía o un texto influyen sobre la estructura molecular geométrica del agua y, en concreto, en nuestro organismo.

Recordé este estudio de Emoto mientras caminaba por lo que hoy queda de Lagüelles, uno de los pueblos que cubrió el pantano de Luna cuando fue inaugurado en 1956 y que, en tiempos de sequía, suele quedar al descubierto.

Tras varias horas de senda desde el camino de Abelgas, se desemboca en una inmensa explanada apenas cubierta de hierba y con la tierra ajada por la sed.

A lo lejos se vislumbra, la que fuese iglesia de Lagüelles, cuya espadaña suele verse sobre la superficie del embalse incluso cuando éste lleva agua.

Al avanzar pueden encontrarse las carcasas de sus viviendas, el trazado de las calles y una energía casi palpable en el silencio sepulcral sólo roto por el rumor del agua.

Allí vivieron familias durante generaciones, sin desear salir del valle, trabajando en la labranza, compartiendo filandones y calechos, reuniéndose en la fonda.

Cuentan que había muy buenos maestros y que allí en Lagüelles, la escuela contaba unos cincuenta niños.

También recuerdan que el agua no llegó de golpe, sino que fue penetrando honda y lentamente, tocando a las puertas e inundando calles y pajares al tiempo que las gentes iban dejando de sonreír. Las familias se marchaban cuando ya era inevitable y las que allí resistían les iban a despedir, como una comitiva fúnebre, hasta la carretera general.

Los habitantes se llevaban las llaves después de cerrar las puertas. Sabían, no obstante que no había puerta que pudiese evitar el envite del agua y que no volverían nunca porque aquello era un exilio definitivo.

Se despedían de vivos y muertos ya que enormes planchas de hormigón cubrieron los cementerios.

Bajo el agua quedaron enterradas las risas de los niños, las fiestas en el prao, los recuerdos de los mayores y las tardes de bolos y charla pausada.

Desde el centro del pueblo se divisa la masa azul del pantano hasta donde ahora llega el agua. Un embalse que riega 56.000 hectáreas de León y Zamora. Una bendición para los vecinos del páramo. «Mucho se perdió para que otros ganaran» dice una vecina que conoció Lagüelles en su infancia.

Leyendo a Masaru Emoto me pregunto qué geometría tendrá el agua impregnada de nostalgia y desarraigo y si la gratitud o el amor persistente podría modificar la memoria del agua.
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