El grave peligro de despoblación y parálisis al que se enfrenta la llamada España interior, y desde luego esta provincia, parece que ha animado el debate en los últimos meses, sobre todo al calor del libro de Sergio del Molino, ‘La España vacía’, que ha logrado un amplio eco en múltiples sectores de la sociedad. No es por corregir a Sergio, excelente escritor y polemista nato, incómodo por sus palabras habitualmente directas y claras, pero más que de una España vacía habría que hablar de una ‘España vaciada’, y a eso nos referiremos en las próximas líneas.
El debate sobre las causas y las consecuencias de la despoblación, en esta España interior habitualmente árida y dura para sus habitantes, no es nuevo, en realidad es un asunto que ya viene de lejos, pero se ha agudizado en los años de la crisis, y, de manera especial, con motivo de la emigración masiva provocada por la falta de oportunidades y salidas ocupacionales entre los más jóvenes. Esta sangría de juventud afecta, en realidad, a todos los territorios del país, pero resulta especialmente grave en zonas donde el envejecimiento constituye la mayor amenaza, a causa de la falta progresiva de nacimientos (precisamente por los problemas económicos), y a causa también del poco interés por zonas mayoritariamente rurales, cuyo atractivo natural no parece suficiente para fijar población joven, y ni siquiera población envejecida, que se ha incorporado al tejido urbano durante décadas, siempre que los medios de vida, una vez jubilados, se lo han permitido. La situación, como se ve, no puede ser más preocupante.
El libro de Sergio del Molino, que en realidad tiene mucho de experiencia viajera, de tacto directo con la piel del país olvidado, ha servido para poner el dedo en la llaga en un asunto que, como decimos, viene de lejos. Pero estamos acostumbrados a que los problemas se enquisten, se hagan crónicos, y permanezcan durante décadas en una especie de limbo, bajo el manto espeso del abandono y del olvido, hasta que ya no tienen solución. No faltan ensayos, columnas, tratados, estudios, y, por supuesto, novelas (el propio Julio Llamazares, que nos alertó de todo lo que ahora regresa con dolor a la actualidad en aquel hermoso libro, ‘La lluvia amarilla’, proporcionaba una lista de algunos de estos libros y ensayos en su reciente artículo sobre la despoblación del mundo rural en el diario ‘El País). La verdad es que no faltan avisos y lamentos sobre la progresiva desnudez de España, sobre el deterioro de la España interior, vacía o vaciada, no sólo de población, sino de ilusiones, de esperanzas y de futuro. Constatarlo es importante, pero desde luego no es suficiente. De nada sirve contemplar el tamaño de la tragedia, como quien contempla el incendio de Roma o el hundimiento del Titanic. Hay que moverse.
Lo grave de todo este asunto reside en su naturaleza de círculo vicioso: el mundo rural de la España interior se despuebla, por la emigración, por el envejecimiento, es decir, por la imparable caída demográfica, lo cual implica de inmediato una grave caída económica, el abandono de los pueblos, la desesperación de los escasos habitantes que han resistido hasta ahora (y que, a su vez, emigran o se van a la ciudad más cercana, o incluso a la más lejana). Y todo eso provoca más abandono, y menos atención, y así, poco a poco, grandes zonas de este país viajan hacia la desolación y hacia la muerte. Detener este proceso imparable de depauperación y vaciado de España pasa por activar políticas que hagan más atractivos y habitables estos territorios, potenciando los indudables aspectos positivos del mundo rural. Los que hemos nacido en el campo sabemos que no se trata de imitar la vida de las ciudades, ni mucho menos, sino de llevar a los territorios rurales los servicios básicos y el desarrollo económico que permitan un adecuado nivel de vida. No es necesario volver al viejo tropo de Fray Antonio de Guevara, el de la alabanza de aldea, sobre el que se decía que «en la aldea los días son más largos y los bastimentos más baratos». Lo España vaciada lo es por la falta de razones para vivir en ella, no porque sus habitantes haya preferido el contexto urbano. La España vaciada lo es porque ha perdido su identidad básica, porque ha sido obligada a abandonar el cultivo de la tierra, o poco menos. Porque poco a poco ha sido empujada al aislamiento, al olvido, a la irrelevancia. No se trata, por tanto, del atractivo irresistible de las ciudades, sino de la pérdida de atractivo del campo. Desde la Revolución Industrial, los campesinos sin tierra, o expulsados de ella por las habituales malas cosechas o por los abusos de los terratenientes, viajaban en masa a las ciudades para vivir en contextos insalubres e inseguros, a menudo peores que los que abandonaban, en los que, sin embargo, con grandes esfuerzos y sometidos a no pocas injusticias, lograban al menos un sustento básico. Cambiando lo que deba ser cambiado, la situación se repite: muchos prefieren una vida poco atractiva en ciudades que ni siquiera conocen, frente a la ausencia de perspectivas en la casa que tal vez les vio nacer.
Se dirá que el campo no puede ofrecer, aunque se lo proponga, las mismas posibilidades de desarrollo que ofrece la ciudad. Discrepo, en un mundo intercomunicado como este, pero, sobre todo, creo que no tiene que ofrecer las mismas posibilidades de desarrollo (salvo las básicas), sino otras. El campo es la alternativa, y está bien que sea diferente. Debe ser una alternativa atractiva, debe recuperar muchas de sus esencias. Es una vez más la desigualdad creciente entre ciudadanos del entorno urbano y del entorno rural lo que provoca el desánimo y el enfado de los que viven en este último. Y es uno de los motivos que provocan, también, la desafección con respecto a la Unión Europea y sus políticas: uno de los problemas de Europa reside en la despoblación de muchos territorios, y así aparece en múltiples documentos, en análisis que llegan desde el Parlamento Europeo, consciente de la gravedad del asunto. España es, como es sabido, el país que más cantidad ha recibido de los fondos FEDER (Fondo Europeo de Desarrollo Regional), pero ahora mismo está ya en marcha la política de cohesión para después de 2020, y ahí, las zonas escasamente pobladas y con baja densidad, van a ser, o al menos eso prometen, un objetivo de primer orden. Ya está marcha también el Comisionado del Gobierno frente al Reto Demográfico, dependiente de la Vicepresidencia, sin duda muy necesario, pero uno se pregunta, también con Sergio del Molino, si llegará a conclusiones edificantes y si irá más allá de la mera enumeración de las causas y consecuencias. Hay que acometer soluciones urgentes. Y entre ellas, sin duda, está la ayuda que puede prestar la inmigración: lejos de abominar de ella, como parecen hacer algunos de los partidos xenófobos que han surgido, en sus manos está la repoblación y el desarrollo económico de algunas de estas áreas.
La periferia es hoy el interior despoblado. Vaciado. Y la periferia, la costa, es en cambio el verdadero centro. No sólo porque en la periferia se acumula casi toda la población, sino porque ha mantenido e incluso incrementado su tejido industrial y sus comunicaciones. Hay muchos ejemplos, sobre todo si comparamos algunas zonas que fueron consideradas de especial atención durante décadas y que hoy exhiben músculo industrial, autovías o ferrocarriles de última generación. Y ya se sabe que sin infraestructuras de transporte no hay progreso posible. Así que ahora el interior es, en gran medida, la periferia. Duele decirlo, en una provincia como León que ni siquiera sufre algunas de las características más negativas de la España despoblada (como la alarmante aridez, derivada de la falta de una adecuada masa forestal): al contrario, León es una provincia que posee entornos rurales de todo tipo, desde montañas imponentes a grandes llanuras. Deberíamos sacarle mucho más partido a nuestra indudable diversidad natural. Otro artículo habría que dedicarle a las múltiples posibilidades de desarrollo que sin duda tiene el mundo rural, si se toma en serio. Es hora de tomarlo en serio, o será tarde. Y esas posibilidades van más allá del turismo rural. Tienen que ver con la modernidad, con los servicios, con la tecnología (incluyendo su industria: la informática levantó con gran energía el PIB irlandés), con la comunicaciones. Hablaremos de todo eso en futuras entregas.

La España vaciada
20/03/2017
Actualizado a
10/09/2019
Comentarios
Guardar
Lo más leído