noemi4.jpg

La economía natural y la siliconada

17/01/2015
 Actualizado a 11/09/2019
Guardar
Cuando voy al trabajo cada día paso por un par de bares, una pequeña tienda de ropa, una librería -que voy a citar (Signos), porque su dueña (Petia Rumenova) es la mejor consejera sobre literatura infantil que conozco-, un asador de pollos, una tienda de instrumentos musicales y un zapatero. Estos trabajos -como el mío- tendrán sus miserias, sus trampas y sus desilusiones, pero cuando leo noticias sobre economía en los periódicos no puedo evitar pensar en la enorme dignidad del trabajo real, de la economía real.

Pido un café, me lo sirven y lo pago. Me ponen unas tapas a las botas y dejo allí un billete pequeño y algunas monedas. Le compro unos libros a Petia. Me llevo un pollo asado a casa.

Mientras, en otro mundo, hablan de Luxleaks y de cómo hay un edificio de cuatro plantas a las afueras de Luxemburgo en el que están ‘empadronadas’ 1.600 empresas (más de 500 por piso porque el de abajo es la recepción); y que en Gibraltar -un sitio raro al lado de una peña como las de mi pueblo- hay 84.000 compañías y 30.000 habitantes y que el casino Caesar Palace suspende pagos porque tiene una deuda de 18.400 millones de dólares (¡!).

Que hasta Corporación Dermoestética haya cerrado nos vale para ver la diferencia entre la economía natural y la siliconada, porque cuando en España pensábamos que teníamos una talla cien, todo era relleno.

Cuando quieran leer ficción de la mala, vayan a las páginas de Economía y paladeen muy despacio la palabra volatilidad.
Lo más leído