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La decepción del ‘brexit’, siete años después

26/06/2023
 Actualizado a 26/06/2023
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Ya sé que la semana que acaba de terminar ha generado algunas noticias tan potentes que hoy deberíamos estar hablando de ellas. Principalmente, el asunto de la marcha de los mercenarios de Wagner sobre Moscú, una especie de golpe contra Putin que finalmente no se produjo. Este súbito movimiento está haciendo correr ríos de tinta: quizás porque presenta muchos aspectos incomprensibles o borrosos, al menos desde una perspectiva occidental.

La historia avanza a gran velocidad, su oleaje es extraño, a pesar de este estancamiento de la guerra en Ucrania. Y parece que no sabemos tanto como creemos: hay cosas que se amasan en la oscuridad, más allá de nuestra percepción como ciudadanos. También ha sido la semana de la implosión del Titán, el sumergible que, en su aventura hacia las ruinas del Titanic en el lecho marino del Atlántico Norte, simplemente desapareció para siempre, con sus cinco tripulantes a bordo, en apenas unos nanosegundos. También este suceso ha ocupado todos los informativos.

No han sido pocos los que han criticado esta nueva y asombrosa era de los viajes millonarios, ya sea al fondo del océano o al espacio, como hemos visto recientemente. Más allá del esnobismo, o de los caprichos que el dinero en abundancia siempre puede pagar, también es cierto que todo esto quizás tiene que ver con esa pasión por lo mítico y lo legendario, que está tan arraigada en el ser humano. Y que a veces produce en nosotros una atracción fatal.

Pero, a pesar de la gran pasión mediática que han suscitado estos asuntos en los últimos días, hay otro tema del que me gustaría hablarles hoy en esta columna. No ha impactado tanto en los titulares, quizás porque ya lo percibimos como algo amortizado, o porque creemos que no tiene mucho que ver con nosotros. Sin embargo, es un asunto muy vivo, al menos en el contexto europeo. Aunque Europa sea el objeto de una crítica demasiado fácil por parte de algunos (y, desde luego, hay aspectos criticables en el desempeño de las autoridades europeas a lo largo de los años), lo cierto es que el nivel de desarrollo de muchos estados, España entre ellos, tiene mucho que ver con la evolución de la Unión Europea, y, a pesar de los desacuerdos puntuales, no se puede concebir una auténtica modernización sin lo que se ha dado en llamar ‘el espíritu de Europa’. Hay muchos datos que lo avalan.

Los británicos, por ejemplo, ha caído ya en la cuenta del inmenso error que supuso el ‘brexit’, siete años después de su aprobación en referéndum. Creo que ha pasado demasiado desapercibido el cambio sustancial de opinión de los británicos. Las políticas ‘tories’, que en gran parte se apropiaron de los discursos populistas y llevaron a la irrelevancia a Nigel Farage, ahora en el partido reformista, han provocado en estos años un extraordinario caos político en el Reino Unido. No sólo dentro del partido conservador, que ha quemado líderes a gran velocidad, sino dentro de la propia sociedad británica, hasta ahora extraordinariamente dividida (como ha sucedido en Estados Unidos con la propaganda superficial y populista de Donald Trump, que sacude incluso las mismas bases del partido republicano, hasta el punto de haber modificado su auténtica identidad). No es que el partido laborista lo haya hecho mucho mejor en el Reino Unido con respecto al ‘brexit’. El miedo a negar las bondades de la separación ha llevado a un sindiós que se ha hecho visible en la economía, pero también en otros muchos asuntos.

Todo esto parece estar cambiando a gran velocidad. Y Europa debería tomar nota de ello. En tiempos de incertidumbre, el populismo superficial parece hallar soluciones fáciles (siempre en contra de lo que llaman elites intelectuales, a las que habitualmente desprecian), hasta que se descubre que esas soluciones sólo consisten en un montón de propaganda, destinada a convencer a todos los que no están dispuestos a hacer nada que no sea un análisis somero de la realidad. Lo que ocurre es que la democracia necesita pensamiento crítico y pensamiento complejo, no simplezas. Con maniqueísmos y banalidades, poco se puede avanzar. El ‘brexit’ bebió de esa inconcebible simplicidad. Y ahora se revela como un inmenso error, que ya admiten abiertamente muchos de los ‘leavers’ (los que votaron por la salida de Europa, defendiendo una especie de nacionalismo de corte nostálgico, que reclamaba el perfume de las glorias pasadas), incluyendo, además, gran parte de la población de más edad.

Son datos, no intuiciones. Las últimas encuestas realizadas por YouGov, decía hace apenas unos días el profesor John Curtice en ‘The Guardian’, muestran que casi un 60 por ciento de la población británica estaría dispuesta a volver al seno de la Unión Europea (algo que, sin embargo, no va a ocurrir). Las cifras son especialmente reveladoras en el tramo de edad que va de los 18 a los 24 años. En ese tramo, dice Curtice, cuatro de cada cinco habitantes (el 78 por ciento) estaría dispuesto a votar por regresar a Europa y anular el ‘brexit’. Son datos muy contundentes que, en gran medida, explican lo que era ya una incomodidad anunciada (y nunca reconocida). No sólo la economía no ha funcionado mejor, sino que el Reino Unido percibe que ha perdido relevancia internacional, ha acelerado la división social y ha cortado la modernización y las posibilidades de futuro de muchos jóvenes. Por no hablar, claro es, del enorme caos que ha surgido en torno a unas cifras de inmigración cada vez más disparadas, que se han pretendido corregir con la muy criticada idea, sea legal o no, de los acuerdos de deportación a Ruanda.

Jonathan Freedland, en su columna de ‘The Guardian’, expresa que hay una remota oportunidad para revertir los males del ‘brexit’. Y eso que, a buen seguro, Europa demandaría ahora mucho más del Reino Unido en el caso de que quisiera volver a integrarse. Freedland afirma que el ‘brexit’ ha sido «desastroso e impopular». Algo que ya en 2020 me decía el gran periodista Fintan O’Toole, al que entrevisté con motivo de la publicación de libro ‘Un fracaso heroico, el ‘brexit’ y la política del dolor’, publicado por Capitán Swing. Por entonces, O’Toole me aseguraba que los jóvenes se sentían engañados. Hoy, ya nadie duda de que la impopularidad del ‘brexit’ se ha disparado y sigue aumentando. ¿Alguien va a reconocerlo antes de que sea demasiado tarde? Quizás un laborismo menos subyugado por nostalgias y mitos, y más dedicado a los hechos, podría avanzar en 2026, cuando se revise el acuerdo. Pero, en este contexto, es muy difícil imaginar qué va a suceder.
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