No son pocos los pueblos de la provincia que cuentan con su cueva de la bruja o cueva del moro, que es un poco como lo del molino de la griega, que casi hay uno por comarca. Entre el Condado y la Abadía hay una pequeñísima cavidad sobre la que mi abuelo me contaba historias que sin llegar al susto sí que me dejaban con la mosca detrás de la oreja y procuraba ni acercarme mucho, ni andar solo por la zona. Ese era el efecto, que me imagino que, de una forma u otra, fuera el perseguido por estas historias, que básicamente trataban de alejar a los más jóvenes de lugares que podrían entrañar ciertos peligros. Leyendas, mitos, pasajes de terror sobre cuevas, pozos, bosques, barrancos abundan en León, muchas veces inspirados en hechos reales.
Lo cierto es que yo no sufrí ningún encantamiento ni conozco a nadie de la zona que le ocurriera. Pero todavía hoy no me siento cómodo andando por la zona, una actitud irracional que, por supuesto, no le descubrí a Onésimo González, uno de los pioneros de Valporquero, con el que tuve la suerte de trabajar para el dvd conmemorativo del 50 aniversario de la exploración de la cueva que ayer se entregaba con este periódico. Admiro que aquellos jóvenes fueran capaces de completar el viaje hasta Matallana en la Feve y luego caminar hasta la cueva casi 15 kilómetros para estar solo dos horas en la cavidad. Allí no había brujas, ni otro encantamiento que el de las estalagmitas y estalactitas. Fuera sí. Pero no en Valporquero, sino en Vegacervera, donde las estudiantes de magisterio realizaban convivencias en aquellos años y que si obraron alguna suerte de hechizo –el que más se da entre los humanos– en algunos miembros de la exploración. «Todo ese viaje para estar solo dos horas en la cueva…», le decía yo a Onésimo y él le quitaba hierro y decía que no solo había que explorar en la cueva.

La cueva de la bruja
31/10/2016
Actualizado a
19/09/2019
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