El martes saltó este titular: ‘Cierre de la Azucarera de La Bañeza’. ¡Cierre! Se me paró el corazón. 160 empleos directos, 1.300 indirectos. En una ciudad de 10.000 habitantes con una comarca que se nutre básicamente de la agricultura, imaginaos lo que significa. Esa noche en La Bañeza hubo un silencio de duelo. Imaginaos abandonar una fábrica en pleno rendimiento, cuya superficie equivale al 25 % del suelo de La Bañeza. Después imaginaos familias de agricultores que viven de la remolacha. En el campo no se cambia de cultivo de un día para otro, hoy remolacha, mañana trigo. El campo es un negocio lento. Se hacen inversiones a largo plazo de maquinaria adaptada a cada fruto. El fruto germina lentamente, crece lentamente, es arrancado, cargado en remolques, almacenado y transportado. Lentamente.
Hablamos de fijar población en el mundo rural. El Gobierno de España habla de planes contra la despoblación. El presidente de la Junta de Castilla y León señala (literal), «al sector agroalimentario como fijador de población rural», la Diputación de León, el Ayuntamiento de La Bañeza. Todos manos a la obra para fijar población. Maravilla. ¡Cuántos planes, cuánto interés! Y ¿cómo se fija población? Con trabajo. Tan fácil como eso. No hay trabajo, no hay gente. ¿Alguien, alguna de nuestras múltiples administraciones va a hacer algo, va a negociar, va a protestar, va a pensar sobre qué nueva vida darle a una fábrica totalmente equipada?
Esta no es una columna nostálgica. No es sobre la historia de una fábrica que se fundó en 1930 y donde la mayor parte de los bañezanos conocen a alguien o han tenido a alguien en su familia que ha pasado por allí. Mi bisabuelo Narciso cultivaba remolacha para la Azucarera; mi abuelo Miguel trabajó allí brevemente. Yo crecí bajo la nube de olor ácido que flotaba sobre La Bañeza durante la campaña de invierno. Crecí con las chimeneas en el horizonte, con las colas de tractores de los remolacheros.
Esto no es una columna nostálgica, es un grito. Hagamos algo. Nuestra ciudad se muere y nuestras comarcas se mueren. Ah, pero tenemos solución. Nos convertiremos en productores de energía fotovoltaica. Queremos nuestras tierras sembradas de placas solares; en vez de remolacha, cables, es eso, ¿no? Para que cuando pase la fiebre fotovoltaica y llegue la moda de otra energía, se queden nuestros campos arrasados y cubiertos de armatostes obsoletos.
Esto no es una columna nostálgica. Es una llamada a la acción. Cuando saltó la noticia, mis chats bañezanos echaban humo. Al final, acabamos desvariando por no llorar. Alguien escribió: «Cómo se nota que no vivís o dependéis de La Bañeza y su comarca». Amigo, eso me ha llegado al alma. No vivo en mi pueblo porque no tengo trabajo allí. Pero voy y voy, e iré e iré. Y haré lo que esté en mi mano para ayudar con las herramientas que tengo, que no son azadas y ni tractores, sino palabras.