Primero vino el bando que nos obligó a solicitar a contra reloj miles de autorizaciones para transitar por las nuevas calles peatonales, justo antes de que los Tribunales se cargaran el invento. Después llegó el enredo de la nueva tasa de basura, cuyo pago nos exigieron para, a continuación, pedirnos que abonáramos sólo la del ejercicio en el que era un poco menos ilegal. ¿Y si uno ya la había pagado? Tranquilo, le devolverán todo el importe, con la rapidez característica, ya saben. Para continuar, llegamos al timo de las zonas de bajas emisiones, que entra en vigor la próxima semana, y sobre el que el ciudadano se encuentra en la desorientación más absoluta. Si se fían de mí no se preocupen: no se va a aplicar nunca. Circulen por donde siempre con sus vehículos de siempre, que no van a ser sancionados jamás por el asunto de las bajas emisiones. ¿Y entonces los millones gastados en cámaras y otras chorradas no han valido para nada? Nada más lejos, han valido para hacer más rico a algún vendehúmos acostumbrado a contratar con la Administración pública y, muy presuntamente, a los receptores de las correspondientes coimas inherentes a los contratos administrativos de cierta cuantía.
En fin, el Ayuntamiento de León ha tomado por costumbre convertir la vida del ciudadano en un enigma kafkiano. Uno no sabe por dónde puede circular, con qué vehículo, si tiene o no autorización para hacerlo (puesto que éstas no se notifican), ni si debe pagar los recibos que le remite la propia municipalidad. Ante semejante inseguridad jurídica, cabría esperar que se habilitase algún teléfono de información, pero olvídense. En el Ayuntamiento de León, hipertrofiado de funcionarios hasta la náusea del enchufismo, no hay nadie que conteste el teléfono.
Con todo, tengo simpatía por José Antonio Díez, primero porque es de los pocos socialistas que intenta que la militancia en el PSOE no sea del todo incompatible con la moral, segundo porque algunos de sus dislates (como la nueva tasa de basuras o la zona de bajas emisiones) son verdaderas imposiciones del Gobierno o de la Unión Europea, y tercero porque sólo mete la pata el que hace algo. Silvan, que dedicó todo su mandato a dar abrazos en los bares de la calle del Cid y a dormir la siesta, tenía difícil equivocarse.