maximob.jpg

Julio César y el café pendiente

15/09/2020
 Actualizado a 15/09/2020
Guardar
La semana pasada me llamó un compañero de curso preguntándome: «¿Sabes que murió Julio César?». Compartimos con Julio César Rodríguez López, ponferradino, un par de años en los seminarios de La Bañeza y Astorga, tiempo más que suficiente para congeniar y divertirnos a lo grande con su sentido del humor, unido a una gran imaginación y capacidad para fabular. Ha pasado medio siglo y no volvimos a vernos personalmente, si bien hace un par de años, telefónicamente, quedamos de vernos cuando viniera a Ponferrada.

Sin embargo muchos hemos podido seguirlo a través de sus ingeniosos artículos (también en este periódico) y libros, bajo la firma de César Gavela, apellido tomado del segundo apellido de su madre, hermana del que fuera alcalde de Ponferrada, Celso López Gavela. Siempre nos alegró saber de sus abundante y merecidos premios literarios. Sin duda la temprana muerte de su joven madre en un accidente en Ibias fue un duro golpe. Si bien el golpe definitivo fue la muerte de su querida esposa. Sabíamos que él tampoco andaba bien de salud, pero no habíamos perdido la esperanza de encontrarnos y reír volviendo a revivir viejos tiempos. No ha sido posible, y por eso no podía dejar de dedicarle al menos estas líneas. También él un día, hace algunos, años me dedicó una entrañable columna, recordando algunas inolvidables anécdotas de nuestra vida estudiantil. Leyendo sus escritos no me resulta percibir en ellos las raíces lo vivido en aquellos felices años del Seminario.

Por circunstancias de la vida, desde hace más de cuarenta años, me ha tocado vivir en su querido Bierzo. Tal vez por eso puedo entender mejor el gran amor a su patria berciana, de la que ha sido un espléndido embajador. Gran conocedor de la historia de estas tierras de la quinta provincia gallega y dotado de una gran memoria para recordar los más diversos personajes y acontecimientos, bien merece el reconocimiento de sus gentes y la recopilación de su ingente obra.

Ciertamente hay muchas formas de afrontar y contar una misma realidad, y por eso es muy de agradecer que haya personas que saben hacerlo con humor y con amor, con sencillez y elegancia, sin pedantería ni dramatismo, dejando un buen sabor de boca. Reitero una vez más la sensación de tristeza por no haber podido tomar con Julio César un café y disfrutar de su amena conversación, pero la vida es así. Ahora solo resta darle las gracias y desear que al otro lado de esta vida disfrute de la paz y alegría que aquí le caracterizaron.
Lo más leído