Reconozco que mi conocimiento de la Semana Santa de la provincia es más bien escaso, más allá de lo que buenamente he podido llegar a aprender en mis dos años recién cumplidos en este periódico. En todas partes no se puede estar, claro, y para un papón y periodista cofrade –en ese orden– Semana Santa solo hay una en mi vida y es la de León. Sin embargo, hace unos años tuve la oportunidad de pujar un paso en Astorga y, aunque la procesión a la que fui sería digna del interés turístico internacional que ahora demanda la ciudad, quedé sorprendido por un pinganillo y una limonada. Un par de braceros que llevaba al lado iban escuchando un partido de fútbol, como bien pude comprobar desde que maldijeron por la primera falta en contra. Luego, cuando la procesión llegó a un punto de parada en el que se celebraba un acto religioso, otro grupo consideró que lo más normal del mundo era salirse de la vara, quitarse el capillo y ser paparrones de codo en la barra del bar.
Cuando volvieron, olían más a vino del malo que a incienso y flores y no pude evitar pensar en mandarle algún tipo de mensaje a la cuenta más cañera de la Semana Santa que por aquel entonces era un tal ‘paponazi’. No lo hice, claro, porque a veces es mejor callar y no remover ciertas cosas y tampoco soy nadie para criticar fuera lo que he visto de cerca en las cofradías de León. Porque aquí pasa eso y más. Poco a poco, desde aquel mal recuerdo de Astorga en una procesión en la que por lo general había más cachondeo que vocación de procesionar, he ido viendo cómo en León esto se ha convertido en una falta constante de compromiso con la tradición, cada vez con menos respeto por la túnica y los pasos. La cuenta que una vez critiqué porque me pareció que hacía más daño que otra cosa a algunas bandas y cofradías tiene hoy más razón que un santo, porque él sí que puede estar en todas partes gracias a las aportaciones de cualquier cofrade de León. Hablo del juez de penas, la cuenta de Instagram que ha regresado esta Semana Santa para dar merecidos latigazos a los muchos papones que se toman limonadas con la túnica puesta mientras está pasando la Soledad por delante del bar y apenas ha pasado una hora y media de procesión. ¿Para qué eres hermano entonces?De verdad. ¿Para qué? ¿Para hacerte una foto #SemanaSanta25 e irte a bailar al Gurugú? Para eso ya está el Genarín, donde la cultura y el botellón se dan la mano con la misma pasión.
La actitud que se ve entre algunos papones no está lejos de la que tiene el chico que el Martes escupía desde un balcón al paso de la procesión de Angustias en la calle SanFrancisco, con tanta intensidad que hasta los hermanos de fila miraban hacia arriba pensando que estaba empezando a llover. O de la de aquel grupo de jóvenes borrachos que a la una de la mañana el Domingo de Ramos creyeron que lo mejor para salir del Húmedo e ir al ‘after’ era atraveser de frente la procesión de la Redención, derribando una papelera sobre el público emocionado ante un Ecce Homo doliente que lo es todo. En fin, bien por el juez de penas, sigue así.