Hay profesiones que reaparecen con el tiempo, se creen extintas, pero hcaprichos del ADN– de nuevo se hacen presentes. Y tan ‘presentes’ en este caso. Daba mucha vergüenza ser facha, pero ha vuelto la moda, como los pantalones de campana. La rueda de la fortuna no para de girar, aunque a veces se embarre y salpique.
El facha de antes (del último medio siglo) solía ser un señor entrado en años y en carnes, fragante a tabaco y loción de señor, con cortinilla capilar canosa y/o teñida, trajines varios y traje estándar, a menudo cruzado, corbata reventona o pecho airoso y encadenado; opinaba sin matices o misericordia para que lo oyeran en la acera de enfrente y solo él tenía razón o, dicho en sus propios términos, «lo que yo te diga». En fin, el tío o abuelo que hemos tenido todos, ya lo conocemos. Sin embargo, el facha actual, posmoderno, posindustrial y pospandémico se curte en el gimnasio (que llama gym), viste apretado (y lo llama outfit), a menudo no rebasa los treinta y es más español que la legión… extranjera. También en palabras del viejo facha, es un mocetón sano y como es debido, que sabe cómo son y deben ser las cosas, cómo está el país, a punto de romperse, y los peligros que le tiran de la sisa. Sabe tratar a las mujeres, a los bichos, a los zurdos y a los de fuera, le gustan los morlacos y las peinetas y salvará España a su pesar.
No es esta nueva versión ni evolución del facha, sino un déjà vu. Existió antes, siglo atrás, estos modelo, horma y hormona del fascista musculado y testosterónico, juvenil e indómito. Ocurre que es difícil acordarse si no se repasan los libros de historia o se ven documentales de La 2. Los fachas originales eran así: gente de pecho hinchado y bíceps circunvolucionados que buscaban un grupo de amigos para lo que surja. Pero, como con el propio fascismo, en cuanto pasan un par de generaciones se pierde retentiva, se van endulzando sus efectos y deja uno volar la imaginación... Una diferencia sí hay: no les suele gustar a los fachas de ahora que les llamen fachas, una manía que tienen. Ni ultras, ni siquiera de extrema derecha. Les mola más ser españoles de bien.
En cuanto a ideas, estas no le faltan. Son pelín contradictorias y hostiles en general, pero tienen. Dicen ser patriotas, pero parten piñones con contrarios a su patria o con la (gran) parte de ella que no les gusta. Están con el pueblo pero no les mola que tenga derechos y asistencia y haya cierta justicia distributiva de la riqueza. Se ve que solo son pueblo quienes lo merecen (un merecimiento bancario, claro). Uno diría que les engañan como a estadounidenses sino fuera que, seguramente, les engañan como a fachas. En resumen, el joven facha coincide en todo con el facha viejo, menos en la edad, por lo que es muy posible que, dentro de unos años, el joven facha sea un facha viejo. Mientras eso pasa, mucha buena gente sufre. No sea facha, es Navidad.