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José Ortega y Gasset, el juez Castro y los cuatro arcángeles de Bankia

26/07/2023
 Actualizado a 26/07/2023
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Una de las mentes más excelsas de nuestra historia estableció hace ya unos cuantos lustros, que «la voluntad de ser uno mismo es heroísmo». El poliédrico pensador acometió feroces empresas dejando su impronta en todos aquellos que aparte de saber atarnos los cordones de los zapatos con más o menos tino, dudamos de prácticamente todo sin tener ni idea de nada, como es el caso de quien suscribe esta fábula.

Con moraleja o sin ella, eso depende de cada cual, Ortega lucubró sobre el ser y el estar en este mundo de locas y locos; sin llegar a ninguna conclusión irrefutable abandonó el probo pensador su lucha, dejándonos huérfanos a todos y todas de la especia más sabrosa de la madre Tierra…, la inteligencia.

Gracias don José por impregnar mi minúscula existencia, gracias por hacerme dudar de hasta la madre que me parió.

¿Saben ustedes egregios lectores? que el juez Castro –así se le conoce en el argot populachero– se presentó a las elecciones generales celebradas el pasado domingo y no salió elegido para representarnos en la cámara baja. ¡Pobre de mí…, y de ustedes también!

Cerró don José la candidatura del partido de doña Yolanda Díaz en las islas Baleares. Magnánimo el gesto del ahora ya no juez, sabiendo a ciencia cierta que no iba a ser elegido por la sabia soberanía popular, quiso aportar su granito de arena para intentar sumar. Estoy relativamente satisfecho con todos los excelentísimos que tomarán posesión de su acta en breve, ya que sin lugar a dudas se rigen por los mismos principios morales que el señor Castro; bueno, si no los mismos, en esencia se asemejan, o al menos, deberían…

Don José es usted un hombre íntegro, dueño y señor de su propio pensamiento, honrado y cabal caballero. Es decir - sin poner en cuarentena a los trescientos cincuenta nuevos inquilinos del Palacio del Congreso de los Diputados -, ojalá la catadura de los referidos llegue a sombrear al togado al menos en un diez por ciento de su ser; humilde funcionario que sentó por primera vez en el banquillo a una infanta del Reino, ¡olé tus huevos Castro!

No sin antes acomodar en el adusto y frío patíbulo a un ex presidente de una parte de nuestra doña España. No se amilanó el señor Castro en el ejercicio de su prosaica obra, le daba igual origen y posición, relevante o irrelevante, mísera o principesca. Dicen los que le conocen –no tengo el gusto por el momento– que jamás se dejó embaucar por el poderoso caballero y sus tentáculos en propiedades, obras de arte, vehículos o embarcaciones para surcar las cristalinas aguas de las Pitiusas en un bañador hortera y con las lorzas al aire, como algún que otro ex ministro a la par que ex recluso y prominente escritor de éxito a día de hoy.

Sus andanzas señor Castro deberían ser de estudio obligatorio para todos los jóvenes antes de finalizar Bachillerato, escupo esta loa para que se incluya su biografía y pensamiento en la nueva y pronta Ley de Educación.

De igual modo debería aparecer en la disposición adicional primera de la citada norma, la partida presupuestaria para erigir en la plaza de la Puerta del Sol, cuatro bustos en mármol de Carrara para los héroes que no utilizaron jamás sus tarjetas opacas, don Félix Manuel Sánchez (UGT), don Íñigo María Aldaz Barrera (directivo de Caja Madrid), don Esteban Tejera Montalvo (presidente de Caja Madrid Seguros Generales) y don Francisco Servando Verdú Pons (consejero delegado de Bankia).

He de recordarles –a los que han llegado hasta aquí– que casi ochenta directivos las sacaron a pasear alevosamente para uso y disfrute propio. Fuimos y somos los españolitos de a pie los que sin disfrute, ni uso alguno, seguimos pagando a través de nuestros impuestos los 22.424 millones de rescate por parte del Estado.

No quiero finalizar mi notable artículo de hoy –habrá más e infinitamente mejores– sin dejar constancia de mi admiración por todos los hombres y mujeres que no tienen miedo a ser…

¡He dicho y escrito queda!
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