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Jaleíllo libresco en Vallecas

13/06/2025
 Actualizado a 13/06/2025
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Vender libros en la Feria del Libro de Vallecas merece una medalla y las libreras son unas heroínas. Estuve allí en la última edición. Vallecas tiene alma de pueblo y aspecto de pueblo. Cruzas la M-30 por debajo del puente y es otro universo. Casas bajas, calles arboladas, plazas peatonales. Vallecas fue eso, pueblo, desde la Edad Media hasta 1950 que se incorporó a Madrid. Entonces se llenó de gentes del aluvión de Castilla, Extremadura y La Mancha, que levantaron sus hogares con sus propias manos. En los años 80 y 90 la droga, que circulaba por los poblados chabolistas, lo asoló. Hoy es un barrio con espíritu reivindicativo, un equipo en primera división y ganas de cultura. Prueba de ello es la feria del libro, que dura diecisiete días, tantos como la del Retiro. 

El Bulevar de Peña Gorbea, donde se instala, es un espectáculo. Una tienda de comida ecuatoriana, con su clientela a la puerta, junto a una tetería marroquí, yonquis deambulando entre los árboles, mujeres con hiyab y bebés en los carritos, un viejo toma cañas con un papagayo y un loro atados con una correa y saltando de mesa en mesa. Las autoras nos sentamos delante de las casetas de las librerías. Vuela el polen de los árboles por todas partes. Al fondo, sobre un pequeño escenario entrevistan a Carmen Lomana sobre su autobiografía. Dice: «En este libro hablo de mi vida y hoy vengo aquí a contarla. Me gusta Vallecas. Tengo una amiga vallecana que lleva conmigo más de veinte años, es mi ‘assistant’. Debajo, entre el público, rodeada de mujeres combativas, se encuentra Lidia Falcón, una feminista de la primera época. Recuerdo que yo la entrevisté hace veinte años y tenía un discurso duro, bronco. De pronto empieza a llegar policía nacional. Pasa un furgón blindado entre las casetas y un policía se asoma, me mira, mira el cartel sobre mi cabeza y pregunta: «¿Hola, estás firmando?». Pienso, esa pregunta sobra, y no contesto. Me dice la librera, «se va a armar jaleíllo, los trans han organizado una cacerolada contra Lidia Falcón». Veo que diez policías rodean a un grupo de trans. Hombres con metralletas y chalecos contra hombres con ojos pintados y faldas de volantes. Discuten. Los latinoamericanos del bar se asoman a mirar. El papagayo se acicala las plumas, los de la mesa de al lado intentan tocarlo y les suelta un picotazo. Carmen Lomana proclama: «Yo creo en la libertad». Llega más policía. La librera insiste: «Mejor recogéis no siendo que se arme». Levanto los bártulos, agarro a Pequeño Zar y nos acercamos al jaleíllo. Quiero hacerle una foto al papagayo que me parece el ser viviente más sensato de todo el bulevar. Y pienso, pero la gente aquí, cómo va a comprar libros, si lo que está pasando fuera es más trepidante que cualquier novela. La realidad, como casi siempre, supera a la ficción. 

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