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La izquierda en un tiempo difícil

01/12/2025
 Actualizado a 01/12/2025
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Pedro Sánchez se congratuló de la elección de Mamdani como nuevo alcalde de Nueva York y dijo que era una oportunidad para la izquierda. Una luz, aún tenue, yo diría. Nadie sabe si Mamdani podrá representar a un Partido Demócrata en horas bajas en los Estados Unidos, apabullado por esa forma de hacer política (o lo que sea) de Donald Trump. Pero es cierto que el alcalde electo de NY ofrece cierta esperanza a las izquierdas, por decirlo de algún modo. ¿Y en el resto del mundo? No son buenos tiempos.

Cuando Pedro Sánchez ensalza la figura de Mamdani, que tan bien se identificó con una ciudad multiétnica y multicultural como es Nueva York, pensaba seguramente en sí mismo. En el momento difícil que le espera, o en el que ya está viviendo, de hecho. Y habrá pensado en el socialismo global, o en la alternativa a las derechas, llámense eso como se llame, que se encuentra también en un instante muy complejo, con el gran ascenso de las políticas duras y autoritarias en no pocas partes del planeta, muchas de ellas excluyentes, y, en general, con el gran avance de la ultraderecha.

Sánchez no puede abstraerse del duro golpe que supone para su gobierno y para su partido el caso Ábalos, pero también es consciente de que el gran ruido de la política, la sensación transmitida con ahínco por la oposición de que se vive en una especie de caos, le perjudica. La izquierda pierde en medio del ruido y la confusión.

Fue Bannon el que se trajo a Europa, allá por 2018, la idea de una crítica masiva y amarga a las izquierdas y la necesidad de potenciar un electorado no ya de derechas, sino de ultraderecha. Fue el ideario que animó a Trump durante un tiempo, hasta que Bannon perdió el tacto con los entresijos del poder. Ahora vuelve, al socaire del nuevo prestigio de las ideas autoritarias en el mundo, asegurando que Trump podría optar a un tercer mandato, por más que lo prohíba la 22 enmienda de la Constitución norteamericana. “Es para terminar el trabajo”, parece que aseguró. ¿Qué trabajo? ¿Acabar con la democracia? No parece que Trump se vaya a atrever a tanto, y además muchos dudan de que estuviera en condiciones de hacerlo, especialmente debido a su edad avanzada. (El ‘New York Times’ dedicó algún polémico artículo al respecto esta última semana. Trump ha reducido su agenda, parece mostrar cierto agotamiento y es, si los datos no engañan, el presidente en ejercicio de más edad que haya tenido Estados Unidos).

La prensa norteamericana empieza a creer que Trump está en un momento bajo, por más que, paradójicamente, su autoritarismo continúe al alza, incluyendo el endurecimiento de la inmigración (¡aún más!), tras el tiroteo a la Guardia Nacional (siempre hay una excusa perfecta para endurecerlo todo, ¿no creen?), y por más que siga con sus matanzas en el Caribe, todo ello sin presentar pruebas, y sin luz y taquígrafos. Muchos analistas creen que Trump aparenta una fortaleza que está lejos de sentir. Muchas de sus iniciativas internacionales (sorpresivamente se ha volcado más en el exterior, lo que le reprochan sus votantes rurales) no salen adelante. Las cosas no se arreglan en dos tardes, parece ser. El péndulo de la geoestrategia se mueve hacia China más de lo que Trump quisiera, y tampoco ha logrado detener la guerra de Ucrania, porque Putin va a lo suyo. Lo que no le ha impedido humillar a Zelenski y ningunear a Europa.

Europa sigue sufriendo con la situación global y con la escasa capacidad de sus elites gobernantes. No quiere enfadar a Trump, como quien cree que trata con un ogro al que hay que consentir algunas cosas para que no rompa otras a manotazos, pero Trump ignora a Europa, quizás porque sabe que representa el lugar más avanzado de la democracia. Quién sabe si por mucho tiempo. Las encuestas no pintan bien. Los varones jóvenes (mucho menos las mujeres de esas mismas generaciones) apuestan por un cierto autoritarismo y miran a la ultraderecha. Cuesta trabajo creerlo, pero eso indican las demoscopias que se publican estos días. El trabajo de Bannon y otros asesores o exasesores trumpianos se nota ahora: muchos países de Europa ofrecen síntomas de un gran crecimiento de la ultraderecha, España entre ellos. Francia se mueve en precipicio electoral constantemente. Hungría e Italia, entre otros, dieron el gobierno a opciones de derecha extrema. Y Farage, un político inmensamente nocivo para el Reino Unido y para Europa, parece haber regresado con una segunda oportunidad. En fin.

En su reflexión de ayer en ‘El País’, Soledad Gallego-Díaz concluía que Trump necesita un “electorado europeo de extrema derecha”, para poder moverse sin tantos obstáculos y llevar a cabo sus políticas. Siempre fue su opción (¿la destrucción intelectual y económica de Europa?), pero cada vez está más cerca de conseguirlo. Nosotros, como continente, también parece que podríamos estúpidamente (algunos, incluso, alegremente) contribuir a ello. Se diría que ya no hay memoria. Se diría que el olvido que probablemente ya somos, y el que seremos, terminará por hundir el proyecto más ilusionante, más elaborado y más diverso en muchos siglos.

La gran pregunta es qué hará la izquierda. Se podrá hablar del daño del populismo, de la propaganda atroz, pero la pregunta es qué puede hacer la izquierda democrática para revertir la situación. No basta con admitirlo, ni con sorprenderse de este paisaje autoritario: se supone que habrá alguien trabajando en ello, intentado descubrir qué tecla se les olvidó tocar.

No es fácil, cuando el mundo gira con semejante vértigo. Volviendo a Mamdani, todo parece indicar que sí es un rayo de esperanza, pero no alguien que pueda consolidar una alternativa al trumpismo, por ahora. En Europa, las perspectivas no son mucho más halagüeñas. La presencia de la guerra en Ucrania lo oscurece todo. Macron acaba de promover un servicio militar voluntario ante las amenazas que se ciernen. El retroceso de la sociedad europea podría ser enorme. Y la sensación de fracaso, aún mayor.

En Europa, la izquierda pierde empuje, al tiempo que la ultraderecha avanza. El escenario para el socialismo es de pronto muy complejo. Pero la derecha se enfrenta a la necesidad de gobernar con la ultraderecha, por ejemplo, en España, y eso también supone un escenario de muy difícil gestión. Nadie duda del desgaste que el asunto Ábalos ha supuesto para Pedro Sánchez, pero la pregunta central es si la técnica conocida como ‘flooding the zone’ (inundar la zona), que consiste en abrumar a la opinión pública convirtiéndolo todo en polémica, igualando gobierno y caos, algo que el propio Bannon inventó, le puede funcionar electoralmente a Feijóo y a la derecha. Los próximos meses serán decisivos, aquí y en toda Europa.

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