No es una isla, desde luego, pero hasta podría serlo. Con un nombre que históricamente se asocia a separarse del mundanal ruido, no tendría nada de particular.
Y sigo creyendo que, aún en estos momentos en que todos se quejan de exceso de visitantes y precios descabellados, y sino que se lo digan a las Baleares, Málaga, Alicante, Barcelona y demás centros de atracción turística, Babia resulta tranquilo y asequible.
Quizás sea porque no hay grandes núcleos de población y, además bastante separados entre sí. Puede que sea porque, aún estando entre montaña, los espacios son amplios y abiertos. Incluso, en otros tiempos, su comunicación no era fácil.
Lo cierto es que mantiene la especial tranquilidad de sitio aislado. Y actividad tiene, aunque no lo parezca.
El sábado pasado asistí a un concurso de acuarela que allí se había convocado, con el tema de, cómo no, “estar en Babia”: cuatrocientos quilómetros cuadrados para disfrutar pintando, en acuarela, para más señaspintar.
Y el domingo se celebraba el 856 aniversario de la estancia del rey Fernando II con una serie de actos en la Casa del Parque de Babia y Luna en Riolago de Babia. Está claro que lo d estar allí tenía su aquel.
Por el camino y ya llegando al embalse de Luna, era inevitable encontrarse, por el lado naciente del mismo, con los grandes manchones negros de los incendios, de los que Babia se ha salvado. Con los grandes manchones y con, por ejemplo, unos cortafuegos, los que quedan, que ya no son tales, frondosos, víctimas del abandono, cuajados de vegetación, pero perceptibles aún: anchas líneas, antes limpias y terrosas y hoy ya comidas por la vegetación, resultando de no limpiar, aún perceptibles por su geométrica naturaleza, inservibles, como ya se ha comprobado, para cumplir el fin para el que fueron hechas. Uno se pregunta entonces, qué es mejor, si ser algo menos ecológico y de verdad proteger el monte, o serlo más y que se quemen miles de hectáreas, tantas como miles de veces la superficie de esas barreras contra el fuego.
Pero Babia es, o debe ser, especial, y se ha librado por esta vez, probablemente porque su propia geografía de valles amplios en los que sus habitantes ejercen sus labores tradicionales, de pastoreo y ganadería, de aprovechamiento y a la vez control de sus tierras, permiten y hasta obligan a la limpieza y vigilancia del terreno.
Y si bien la visita coincidió con el paso de la Vuelta Ciclista a España, con lo que eso supone de complicaciones de tráfico, pues la cosa no fue excesivamente difícil.
Del hospedaje ya es otro cantar, pues, por aplicar una terminología actual, había “overbooking”. Todo lleno.
Pero no importaba, seguía habiendo tranquilidad y sosiego, el que, supongo, hizo que los reyes de León, se desplazaran hasta allí, dando pie a todas esas historias que oímos de pequeño, como cuando Alfonso IX se marchó a descansar mientras Alfonso VIII de Castilla, Pedro de Aragón y Sancho VII de Navarra se batían el cobre contra los moros en la batalla de las Navas de Tolosa. Pero Babia no es solamente eso. Ha sido siempre un lugar de tradición ganadera, final (o principio, según se tome) de la trashumancia que otrora tanta influencia tuvo en el la economía de tiempos anteriores, amén de haber dejado el sello (dicen los extremeños que suyo), de la caldereta de cordero. Yo he probado (y más que probado) las dos.
No son iguales y, desde luego, no voy a cometer el error de decir cual considero mejor. Solamente voy a decir que en Babia se come muy bien y, además, con raciones de un tamaño en nada parecido al que nos tienen acostumbrados en muchos restaurantes modernos. Y en el precio tampoco, desde luego, tampoco se parecen.
Y puestos a comentar ganadería, algo tradicional en la zona, no solamente se trata de ovejas, sino, y también, de vacas y caballos. Sólo hay que dar un no muy grande paseo para encontrar de unos y otros. De lo primero doy fe de su calidad, se cocine como se cocine.
Y de los caballos, y sea por Babia o no, no me extrañaría que, en ese punto histórico, sea verdad, tal y como algunos babianos mantienen, que Babieca, el caballo dl Cid, pastó y se crió allí. Y aún se podría escribir más, pero lo mejor es ir allí, porque evidentemente Babia no es una isla, en el sentido geográfico de la palabra, pero sí que, “estar en Babia”, es un privilegio.