La gente que quiere aparentar menos años de los que tiene me parecen unos especímenes dignos de estudio, creo que debería haber un ejemplar en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid, algo parecido a ese calamar gigante que te recibe en una de sus estancias con esa elegancia cephalopoda. Despiertan en mí una ternura fraternal, una empatía o caridad cristiana que me incita a darles una palmadita en la espalda o un abrazo. Me estoy acordando de una ocasión en la que en una entrevista a Illia Topuria, Juanma Castaño le preguntó sobre si se podían hacer tríos en las camas hiperbólicas y el luchador le cortó amonestando su pregunta indiscreta ante la posibilidad de que niños pudiesen estar escuchándolos; un chico de veintisiete años educando a un tío de cuarenta y tantos.
Ahora que el alcalde de León, José Antonio Diez, ha entrado con alevosía y premeditación en las despedidas de soltero apagando la música como el padre que entra en su casa okupada por los amigos fiesteros de su hijo, es momento de reflexionar sobre una de las mayores coartadas a los que se acogen quienes tienen vértigo a madurar. Nunca le he visto sentido a despendolarse y al rendirse al libertinaje el día antes de casarse (toco madera para que ustedes no me pillen infraganti yéndome a un after el día antes de mi boda). Si necesitas sentirte libre antes del sí quiero a lo mejor no deberías casarte porque eso no será un matrimonio sino una prisión permanente únicamente revisable si te conceden la libertad condicional del divorcio.
Esos que beben, se ríen, visten y caminan como si fuesen unos veinteañeros buscan cualquier excusa para ahondar en su infantilismo. Cuando uno pasea por las terrazas que congregan a los grupos plagados de personas con la crisis de mitad de la vida, como llama a la crisis de los cuarenta Dámian Fernandez en La segunda conversión, puedes palpar en el ambiente ese estancamiento vital. Si se limitan las despedidas de soltero es como consecuencia de aquellos grupos que ataviados con penes y tetas en la cabeza no hacen más que escandalizar al personal con sus conductas subidas de tono; dicen adiós a la soltería, pero de la tontería nunca se despiden.