Es un dicho generoso y generalmente admitido el que afirma «todo muerto es bueno», haya sido o no precisamente ejemplar su «yo y su circunstancia», que diría Ortega y Gasset. Y menos aún si se trata de Sumos Pontífices, vicarios de Cristo y cabezas visibles de la Iglesia Católica.
Por lo que respecta al currículum de los papas, no han sido siempre floreados con guirnaldas y bambalinas, por lo menos a juicio de investigadores como René Chandelle. Francés nacido en 1955, de madre española y residente muchos años en España, es autor de una serie de libros sobre la historia maldita de los papas. En el titulado ‘Traidores a Cristo’ da a conocer la lista de pecados y traiciones en la historia obscura de los sucesores del Nazareno. Por citar algunos: Juan VIII terminó sus días asesinado por los padres de una dama romana cuyo marido era su amante. Juan XIII condenó a la hoguera a todos aquellos que no se convirtieran al cristianismo. Urbano VIII mantenía una relación amorosa con su hermana. Gregorio XVI fue acusado de alcohólico y de varias paternidades que nunca fueron reconocidas. Pio XI apoyó y legitimó el ascenso de Hitler al poder.
Si nos atenemos a la historia más reciente, tras la muerte de Juan Pablo II se desataría una de las luchas más feroces y menos espirituales para alcanzar el papado. El alemán Joseph Alois Ratzinger, ex prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (antigua Inquisición), organizó mucho antes de que muriera Juan Pablo II una inmensa campaña para convertirse en Benedicto XVI, apoyado por los conservadores de la curia y del Opus Dei, convenciendo a los cardenales más conservadores para salir elegido. Dentro del cónclave, Ratzinger se enfrentó al progresista, jesuita argentino, Jorge Mario Bergoglio (futuro Francisco), utilizando todo tipo de influencias y poderes para neutralizar a sus rivales, y así, en la primera votación Ratzinger obtuvo 47 votos frente a Bergoglio, segundo clasificado. La siguiente votación dio a Ratzinger 65 votos y 35 a Bergoglio. Los jesuitas pensaron que Ratzinger no lograría obtener los dos tercios necesarios. Sin embargo, en la tercera votación Ratzinger obtendría 72 votos frente a los 40 de Bergoglio. En la cuarta y última votación, Ratzinger conseguiría 84 votos frente a los 26 de Bergoglio. El triunfo del germano sobre el porteño provocó gran júbilo entre los miembros numerarios opusdeistas, manteniendo las mismas posturas conservadoras y a raya a los jesuitas, sus más poderosos opositores. Benedicto XVI renunciaría en 2013 alegando «una falta de fuerza mental y física» debido a su avanzada edad, y supuso una decisión excepcional en la historia de la Iglesia. Le sucedería su reiterado opositor Bergoglio, que con el nombre de Francisco acaba de fallecer tras una docena de años «empapado».
Según la profecía de San Malaquías, arzobispo irlandés del siglo XII –cuyas opiniones no fueron publicadas hasta el siglo XVI–, habría 112 doce papas desde Celestino II (elegido en 1143 y llegando al número 163) hasta el fin del mundo. Con Benedicto XVI (263), a juicio de Malaquías, la Iglesia católica llegaría entonces al penúltimo papa y último elegido en cónclave. Pronóstico incumplido, pues, aunque Francisco ha sido hasta la última fumata blanca el último papa, fue elegido en cónclave. Y su sucesor no se denomina Pedro el Romano, como vaticinaba la misma profecía, sino León XIV, a la sazón Robert Prevost, yanqui-peruano, primer papa de la orden de San Agustín y, al parecer, continuista de la estela progresista de Francisco. Esperemos que sea así y que con él no se llegue al fin del mundo. No lo digo por mí, ya en la última vuelta del camino, sino por aquellos a quienes les queda aún mucha senda por recorrer. Amén.