26/02/2023
 Actualizado a 26/02/2023
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Como posibilita el lenguaje, el oxímoron es una figura literaria (o retórica) que consiste en utilizar dos palabras seguidas con significado opuesto que intervienen en una frase y dan lugar a un sentido nuevo (’luz oscura’, ‘vida muerta’, ‘instante eterno’, ‘vista ciega’...).

Se me ocurre utilizar el oxímoron ‘valentía cobarde’ en aplicación a un improperio salido el pasado día 18 del estadio El Sadar de Pamplona en los prolegómenos del partido de fútbol entre el Atlético Osasuna y el Real Madrid.Mientras jugadores y espectadores guardaban un respetuoso minuto de silencio en sentimiento a las víctimas ocasionadas por el terrible terremoto en Turquía y Siria, un tipo, llamémosle provisionalmente ANI (aficionado no identificado), rompió el silencio sepulcral —nunca mejor dicho— con el insulto: ¡Vinicius, hijo de puta!, que retumbó nítidamente en el estadio como una apoteosis, siendo también oído por millones de radioyentes y televidentes.

Se trata del jugador brasileño Vinicius Junior, delantero del Real Madrid, personaje un tanto singular por su destreza y habilidad en sortear a los jugadores adversarios y su manera de festejarlo, que suele levantar irritación y malos modos en estos últimos y su público.

Si todo insulto es motivo reprobable, lo agrava mucho más cuando resuena con fuerza en un estadio repleto de aficionados afligidos. En este caso condolentes por los millares de muertos y afectados en una catástrofe de enormes dimensiones, más propia de derramar lágrimas de conmiseración que de lanzar al aire embestidas personales.

El término valiente funciona significativamente en este dúo de palabras opuestas por el valor de pronunciarse individualmente a viva voz y en medio de un profundo silencio, no amparándose en el estrépito de la vocería. Y teniendo en cuanta que muchos de los asistentes probablemente lo aprobaban en su fuero interno, pero sin atreverse a expresarlo, al menos con esa sonada contundencia homofóbica. Cobarde, porque es individuo que no ha dado la cara, obrando velado en el anonimato dentro de una multitud condescendiente. Sin la gallardía, por tanto, de descubrir su identidad, dirección y justificación a sus palabras ofensivas.

La violencia verbal en los campos de fútbol es un fenómeno que se ha hecho consustancial. Llegando incluso —y esto son ya palabras mayores— hasta las agresiones físicas y lanzamiento de objetos. Un número indeterminado de espectadores asiste a los partidos de fútbol, más que para gozar del espectáculo, para desahogarse de sus problemas personales, afectivos o laborables. Aunque en este caso nos hemos centrado en un jugador determinado, los insultos van dirigidos muy especialmente a los árbitros y jueces de línea que han de oír todo tipo de improperios de quienes se escudan tras la plebe.

Se me ocurre —sin que tenga visos de comparación— hacer un paralelismo entre los campos de fútbol y los campos de concentración del holocausto nazi. A la entrada de estos últimos antros de exterminio consta como recuerdo la inscripción en la puerta de entrada: «El trabajo os hace libres» (Arbeit Macht Frei). Pues bien, no estaría de más que en el acceso a las gradas de los estadios de fútbol, teniendo en cuenta el gran número de energúmenos fieles al lema ‘Insulto, luego existo’, apareciera el cartel ‘El insulto os hace infames’.

No se puede criminalizar a todos lo que profiere una minoría. Perfecto. Pero, uno se pregunta, si la mayoría de espectadores en los campos de fútbol son seres educados y respetuosos ¿por qué no tienen el valor de delatar al culpable(s) que insulta(n)?
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