22/05/2025
 Actualizado a 22/05/2025
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La semana pasada fue muy especial. Aterrizó en León el puto jefe del proyecto más puntero de Google, el que ha hecho funcionar el ‘ordenador cuántico’, el que va logrando, poco a poco, que el futuro se vista de presente. Vino a la tierra que le vio nacer Sergio Boixo Castrillo para dar una conferencia en la Universidad. Huelga decir que se «agotaron las entradas» para el evento, que la rueda de prensa anterior al acto fue poco menos de multitudinaria y que todos los medios ‘mataban’ por hacerle una entrevista. No me extraña; por una vez en la vida, un leonés es un referente esencial en el oscuro mundo de la ciencia, ese que confunde a la gente porque no sabemos si el dichoso gato está vivo o muerto, o muerto y vivo..., un desastre, se mire por dónde se mire, para las mentes vulgares. Por primera vez no somos mentados en los papeles por el sorprendente número de juntaletras que publican libros (la mayoría tremendamente malos), ni por las andanzas de la Carmen Lomana de turno, ni por las aventuras espaciales de Calleja... Por primera vez en muchos años de la historia milenaria de nuestra provincia, lo fetén, lo que interesaba, lo que cundía, eran las hazañas de un señor que se dedica a pensar en hacernos la vida mucho más fácil y sencilla. Un tipo que tenía (porque por desgracia murió a destiempo, en un cruel accidente de tráfico), un tío que era capaz de vender hielo a los esquimales y que instaló cientos, miles, de máquinas registradoras en la barahúnda de bares que enseñorean nuestra provincia: Martín Castrillo, al que tuve la suerte conocer bastante bien, y que me dio lecciones imborrables en el noble arte de «engañar a la gente». Qué también tenía una abuela, Doña Pili, que además de ser un cacho de pan, gastaba una sabiduría enciclopédica y que, aun siendo alavesa, se hizo más cazurra que Guzmán. Con estos mimbres, lo lógico y lo normal es que el tal Sergio haya salido listo como el hambre, pero sin perder nunca esa mirada tranquila y sosegada y esa humildad que parece inherente a su persona. Uno, que se lleva ‘regular’ con su padre, le insiste, siempre que puede, para que le intente convencer y deje las soleadas playas de California y se venga a León, si pudiera ser, o a Madrid, en último caso, para que todo lo que sabe, que es bastantico, no salga de nuestras fronteras: misión imposible, me temo. La otra gran noticia de la semana pasada fue que la Cultural perdió su partido (el que significaba subir a un Olimpo pequeñito), contra la Ponferradina. Desde que los árabes compraron al equipo de Marianín y de Villafañe, a uno le parece que se merecen todo lo malo que les pase. Es cierto que la Cultu no debe un duro a la Seguridad Social, pero me parece poca recompensa. Un equipo que la pasada temporada sacaba al Deportivo de La Coruña diez puntos cuando jugaron en León y que acabó sin jugar la liguilla de ascenso (mientras que el Dépor subió directo), que hace dos meses aventajaba al segundo clasificado en doce puntos y que tenía todo a su favor para alejarse del infierno de la ‘tercera división’, y que haya desperdiciado todas esas ventajas para estar al albur de lo que suceda la última semana de la competición, es para mear y no echar gota.

Además, la Ponferradina es el equipo que mejor ha representado a nuestra provincia en los últimos años, con una diferencia abismal. Será que el presidente del club de la segunda ciudad de León, en número de habitantes, es un tipo que tiene claro cuáles son sus prioridades y que no se casa ni con Cristo para lograrlo. Además, y es lo más importante, a uno el Bierzo le tira mucho, pero mucho, y nunca renegaré de esta afirmación, porque los sentimientos son sagrados. Lo único que ha enturbiado esta victoria de la Ponfe ha sido las declaraciones de una tipa de fue alcaldesa de la ciudad, del Pp para más señas, llamando «subnormales» a los cazurros por unos cánticos estúpidos de cuatro descerebrados a los pies de la basílica de la Encina. Si nos ponemos así de dignos, recordaré que un concierto de Sabina (inolvidable) en la ciudad del castillo Templario, una banda de retrasados, esta vez bercianos, profirió insultos similares contra los leoneses sin venir, mayormente, a cuento; hasta el punto de que el Maestro tuvo que llamarles la atención. Si es que la tontería y la falta de modales no tiene fronteras... Salud y anarquía.
 

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