Una noche de agosto de 1939, un grupo de soldados nazis disfrazados de polacos asaltó una emisora de radio en la ciudad alemana de Gliwice. Dejaron un cadáver con uniforme enemigo para dar verosimilitud al montaje. Fue un clásico ejemplo de incidente de «falsa bandera», es decir, una acción encubierta llevada a cabo por un gobierno, grupo o entidad, diseñada para que parezca que ha sido realizada por otro (en este caso, por Polonia) y así justificar una respuesta militar previamente decidida. Al día siguiente, Hitler tenía su excusa perfecta para invadir. La Segunda Guerra Mundial arrancaba con una mentira cuidadosamente escenificada.
La historia está llena de episodios así. En 1933, el incendio del Reichstag sirvió para purgar enemigos políticos. En 1964, el supuesto ataque norvietnamita en el golfo de Tonkín abrió la puerta a una guerra. Y en 2003 bastó un botecito de ántrax inventado para justificar la invasión de Irak. Todo por el bien del pueblo, claro.
La estrategia es conocida: crear un enemigo, fabricar un temor y salir a salvarnos. Da igual si el temor es real o no. Lo importante es que parezca creíble en los medios, en el Congreso y en los trending topics. Y que el relato sirva para tapar la verdad.
Y así llegamos a España, 2025. Aquí no hacen falta tanques ni viales: basta un grupo de Whatsapp. Hace unos días, varios medios publicaron que un agente de la UCO había bromeado con poner una bomba al presidente del Gobierno. El problema es que, al conocerse el resto de la conversación sin manipular, se descubrió que lo que decía el agente era que él mismo podría ser objetivo de un atentado por sus investigaciones. Ni amenaza, ni broma. Más bien lo contrario. Pero la frase recortada ya había volado sola y se impuso como verdad oficial.
Lo más llamativo no fue la noticia manipulada, sino la reacción del Gobierno: hasta tres ministros insistieron en la versión falsa, incluso después de que los propios medios se retractaran. A partir de ahí, se activó la maquinaria de intoxicación: filtraciones, campañas contra la UCO, intentos de desviar la atención. Como si el problema fueran los que investigan, no los investigados.
Y en medio de todo eso, la Guardia Civil. Una institución que no se dedica a hacer ruido, sino a trabajar. Que ha demostrado sobradamente estar por encima de colores políticos y que molesta, precisamente, porque es de las pocas cosas que funciona. Porque investiga lo que no se quiere investigar. Porque actúa cuando otros callan. Y por eso, algunos intentan silenciarla.
En fin. En momentos como éste, conviene mantener la cabeza fría. Vivimos una época en la que cualquier cosa puede pasar y cuando digo cualquier cosa, es cualquier cosa. Ya no hay líneas rojas. Así que conviene no creerse nada a la primera, ni siquiera, aunque lo diga el presidente (sobre todo si lo dice el presidente). Porque mañana podríamos despertarnos con un supuesto asalto extraterrestre a la Moncloa… y aún habría quien le daría pábulo en una tertulia.