Alfredo Fuertes 3

In illo tempore

27/10/2025
 Actualizado a 27/10/2025
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Con los sentidos atentos al rescate mental de dos décadas, sesenta y setenta del siglo pasado en la capital del Reino de León, aún podemos atrapar no sin cierta dificultad algunos sonidos y aromas que definían, glosando a don Miguel de Unamuno, «país, paisaje y paisanaje».

Ante la mirada de cualquier transeúnte sobresalía la presencia de curas y religiosas que con sus sotanas deambulaban por nuestras calles junto al repique incesante de campanas, además del olor a velas con ribetes de incienso.

También se hacía presente, con terquedad cuasi ritual, la bocina del tren en las cercanías de la estación, ergo tanta insistencia sonora resultaba sorprendente pues era como si la locomotora quisiera recordar su presencia a todo el vecindario. Y, en paralelo, el «rim rim» de las bicicletas y el tufo áspero a gasolina mal quemada de aquellos motocarros que formaban parte de la sinfonía urbana.

Pero los fines de semana tenían otros protagonistas, puesto que cientos de soldados del Ferral henchían las aceras de Ordoño II tiñéndolas de verde caqui. Eso sí, semejante desfile se limitaba a las primeras salidas del reemplazo puesto que los bisoños guerreros, que saciaban su sed en la fuente de Gamones, rápido aprendían el arte del camuflaje para recalar en la disco ‘Atomium’ a mover el esqueleto, ya que el temido «efecto bromuro» podría perder su eficacia en las primeras curvas de San Andrés del Rabanedo o bien antes de abandonar el campamento.

En las calles flotaban aromas a tubérculo y guisos cocinados con tradición, ungidos de pimentón en fogones de leña, carbón o butano (no confundir con la bebida de moda). Y también existían «cafeses» atestados de «señoros», repletos de testosterona, humo de farias, cigarrillos, cafés, copas y partida de naipes, sin olvidar el elemental y ruidoso ventilador que, con poca eficacia, expulsaba los efluvios a la calle. Salud.

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