No me sorprende lo de Carlos Martínez y su trasnochada ignorancia para desmerecer la distinción singular de nuestra región leonesa. Lo sorprendente es que un político de estos tiempos diga algo inteligente. No sé dónde está la noticia. A un dirigente se le ha ocurrido una nueva ocurrencia; me gustaría saber —esto con la IA cada vez será más fácil de desentrañar— la cantidad de tonterías que nuestros gobernantes dicen al cabo de las semanas. No es más que un reflejo de la degradación intelectual de quienes ocupan cargos de responsabilidad. Ahora lo notamos más, si cabe, porque hace no tanto tiempo, los que estaban en la retaguardia y entre bambalinas tenían un mínimo de astucia. Ahora, sin embargo, los asesores y camaradas de los políticos de turno son incluso más torpes que sus jefes; no son más que el resultado de la camaradería endogámica que engrosa los puestos de libre designación de amigotes con nula capacidad.
Alguien le debería decir al líder del PSOE en Castilla y León —pediré a mis compañeros de edición que resalten la "y" griega en negrita— que estudie un poco de historia si pretende gobernar una autonomía tan compleja y con tanta sensibilidad plurirregional; ya escribió Michael Ignatieff que el que quiera gobernar su territorio debe conocerlo primero. Decía curiosamente un eslogan en el cónclave socialista del pasado domingo que Martínez sería un alcalde para Castilla y León; creo que sigue pensando como alcalde de Soria y no como candidato a algo más grande. Quizá por eso no se esconde a la hora de exhibir esa repulsión que en Castilla tienen a los leoneses: cosas de la incultura social.
Analfabetismo posmoderno que practican también los que están por encima del escalafón del alcalde soriano. El esperpento vivido la pasada semana en el Senado tras la comparecencia de Pedro Sánchez, en la que se pudo vislumbrar que, si bien es cierto que el presidente del Gobierno no es un doctor en economía con todas las de la ley, los senadores que tenía enfrente tampoco son las mentes más reputadas de la sociedad.