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Ian Gibson, una vida extraordinaria

08/05/2023
 Actualizado a 08/05/2023
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Me encuentro con Ian Gibson en la noche de Compostela. A pesar de que llevo toda una vida dedicada a los irlandeses, nunca antes me había encontrado con él. Faltan pocos minutos para la presentación de su autobiografía, que acaba de publicar Tusquets: ‘Un carmen en Granada: memorias de un hispanista dublinés’. Luego, la conversación avanzará a medida que avance la noche. Con casi ochenta y cuatro años, la resistencia física de Ian Gibson me parece increíble. No se agota nunca. Su pasado como a atleta, como gran deportista dedicado al cricket y al rugby, parece que se mantiene intacto. El que tuvo retuvo, como suele decirse.

Es una tarde primaveral, calurosa como todas las últimas. Ian pide un poco de lluvia y, a los pocos minutos, cae un chaparrón cálido. Piensa en su querida Doñana. En sus memorias cuenta que se sitió identificado con ‘Mi familia y otros animales’, el histórico libro de Gerald Durrell, que, últimamente, fue convertido en una serie de televisión de éxito. Sí, los ánsares, las pardelas, las pichonetas, los araos aliblancos… muchos de ellos pájaros marinos, siempre estuvieron en su corazón. Los mejores momentos con su padre, un hombre muy reservado y estricto en tantas cosas como cabeza de una familia puritana hasta el extremo, metodista por más señas, tuvieron que ver, precisamente, con las excursiones en busca de los pájaros, como el día en que visitaron Slimbridge, junto al río Severn, en Gran Bretaña. Allí abundaban los patos y los ánsares. Esos viajes casi representaban el único momento de felicidad. Por entonces, su ídolo era el naturalista Peter Scott, el único hijo del explorador de la Antártida. Ian me dice que llegó a España esperando conocer Doñana, y que luego pasó alguna noche allí en una cabaña. Nunca ha abandonado esa pasión por las aves, y aún hoy, en su piso de Lavapiés, se felicita de que los pájaros vuelen frente a su ventana.

De sus memorias, me sorprende más la primera parte, porque es la menos conocida. Especialmente, las numerosas páginas que dedica a su infancia y adolescencia. Sabemos mucho del Ian Gibson que, tras sus estudios de francés y español en el Trinity College («como segunda lengua, porque el francés ya lo hablaba entonces muy bien»), llegó a España para enamorarse definitivamente de este país. Antes, un curso de verano en la Universidad Complutense, una estancia en Salamanca, y luego, esos viajes que se multiplicaron, el descenso hacia la dureza emocionante del paisaje de la meseta, tan diferente de la naturaleza de su país, «después entendería muy bien lo que significaba aquello de ‘ancha es Castilla», me dice, el descubrimiento de la Costa Brava… y, por supuesto, Granada.

Granada quizás sobre todas las cosas. Allí comenzaría Ian Gibson su verdadero viaja a la esencia de lo hispano, allí se interesó de inmediato en la tragedia y el misterio que rodeaba a Federico García Lorca, hasta convertirse en el mayor especialista de uno de los primeros poetas de este país. «Me hice español por Lorca», explica Gibson en medio de esta noche de primavera, en la ciudad (Compostela) donde Lorca también estuvo, apenas a unos metros de donde estamos ahora, y donde empezó a componer aquellos famosos seis poemas en lengua gallega, una deliciosa rareza en su obra, que, claro es, Gibson menciona en varias ocasiones.

Todo eso aparece ampliamente narrado en ‘Un carmen en Granada’. Las investigaciones que llevó a cabo durante años en busca del lugar donde el poeta fue asesinado, la construcción de la gran biografía sobre Federico, que para él fue una auténtica obsesión. Esta es la parte de la vida de Ian Gibson más conocida, porque son numerosos los libros que ha publicado al respecto, también sobre la Guerra Civil. «Este país, y yo soy español, tengo la nacionalidad, tiene enormes posibilidades, podría ser un país aún mucho más grande y mejor… Es ya un país extraordinario, desde luego, el resultado de muchas capas de la historia, de muchas influencias a lo largo del tiempo, con su gran diversidad lingüística, y tiene un increíble potencial, pero el país no puede ir a ningún sitio sin cerrar todos esos asuntos pendientes, es algo que tenemos que resolver entre todos…», dice con cierto pesar, pero con energía, a una audiencia entusiasta durante la presentación de su biografía.

Resulta emocionante escuchar el relato de su vida, realmente extraordinaria. El relato de su magnífico empeño, de su dedicación en cuerpo y alma a lo español. No sólo Lorca, sino Dalí, Buñuel, Machado… Hemos hablado esta noche mucho de James Joyce. En sus memorias, Joyce aparece en varias ocasiones. Los personajes, aunque reales (tantos de ellos son parte de su familia, como es natural) tienen un gran acento joyceano. Le hablo de mi pasión por el autor de ‘Ulises’, y por su obra, y, ya superada la madrugada, me confiesa que va a escribir un libro sobre Joyce. «Tal vez sea lo siguiente». En 1957 compró a la vez el ‘Romancero Gitano’ de Lorca y ‘Ulises’, prohibido durante muchos años en diversos países. La unión de Lorca con Irlanda va aún más lejos: parece claro que sus mujeres tienen que ver con las mujeres de Synge en ‘Jinetes hacia el mar’, traducida por Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí al castellano, y representada en el Ateneo de Madrid.

Las tres primeras secciones de ‘Un carmen en Granada’ narran la parte más íntima de la vida de Ian Gibson. «Tenía que hablar de todo esto, aunque parezca que he traicionado en mi familia… por lo que digo de ellos. Pero tenía que ser sincero. Me ha costado tomar ansiolíticos, cosas así…». Ian Gibson habla con honestidad de esa infancia difícil. De los metodistas, de la prohibición absoluta del alcohol, de las normas estrictas… Y ahí empezaron sus problemas con el rubor, algo que le acompañó siempre, y su miedo a la autoridad adulta. Un miedo cerval. Pero luego vino el internado en un colegio cuáquero, Newtown, y las cosas cambiaron. Ahí llegó el descubrimiento tardío del sexo y del amor, después de tanta represión. Ahí llegó Julia, un amor que ha persistido en la memoria, un amor que fracasó de una forma quizás absurda, por un equívoco sobre su madre. Hay una tristeza contenida en el relato de ese amor perdido. Más tarde aparecería la que ha sido ya su mujer para siempre, Carole, su gran compañera en esa vida extraordinaria, y sus hijos, Tracey y Dominic. Y luego el tiempo avanza, y nos lleva hasta hoy. Hasta esta madrugada maravillosa. Ian sube una cuesta empinada, parece en forma, como en los días del cricket y del rugby. No se pierdan este relato de una vida apasionada por Lorca y por todo lo español.
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