Cuentan los que dicen (o creen) que saben de esto de la Semana Santa, que el futuro de la Pasión urbana en la ciudad de León es más que halagüeño. Largo lo fían los recientes profetas. Lo cierto –y de esta suerte cabe expresarlo– es que a partir de abril –que pasado mañana se inicia– el aroma a incienso (a veces empalagoso) y las lágrimas de cera calcinada (todo un clásico) comenzarán a inundar las calles de la capital. Es lo que repiten, también, los mismos que, con inusitado fervor entrelazado, hablan de túnicas, efigies y adornos florales a la mínima ocasión que se les presente. Todo es bueno para el convento, piensan. Y así actúan, al rebufo de los novísimos iluminados que manejan –o quieren manejar– los hilos del actual escenario semanasantero, término éste, por cierto, que (aún) no figura en el diccionario de la Real Academia.
La nueva Semana Santa leonesa, que está a la vuelta de la esquina, intentará dar, una vez más, un fuerte campanazo –que no un golpe de esquila– a ojos del numeroso público que pueble las aceras. En el fondo –y en la superficie– es lo que se busca junto a masivas ensoñaciones fabuladas, obviando el verdadero espíritu que alumbró desde tiempos inmemoriales los desfiles de penitentes encapuchados por las calles y plazas del viejo León.
Porque ahora, querido convecino, la ‘rica’ escenificación que se ofrece, adulterada con absurdas importaciones de cualquier tipo y condición, ha roto todos los cánones que fueron atesorándose durante siglos. Si a ello se le une la falta de respeto de diversos espectadores (la martingala de que España es un país laico y la ‘libertad’ de expresión un derecho inalienable), la provocación del aplauso fácil por parte de algunos braceros arrebatados –algo, de igual manera, importado– y la ausencia de seriedad y, a veces, de compostura por muchos de los propios papones en tramos concretos de los recorridos, conjugan de forma palmaria que sí, que la Semana Santa tiene un futuro ‘espectacular’ y que, con ese ‘apoyo’, nadie se atreverá a ponerlo en solfa. Menudos son los leoneses para con las ‘tradiciones’ y las costumbristas limonadas.
Y otra cosa, a la vera de las procesiones capitalinas. Va para quince años, cuando menos, que la Junta Mayor anunciaba la decisión de encargar un nuevo paso de ‘La entrada de Jesús en Jerusalén’, más conocido por los leoneses como ‘La Borriquilla’, en la mañana del Domingo de Ramos. Se partía de una donación particular para dicho fin –que no para otro– a la que se sumarían los fondos procedentes de subvenciones municipales –que las había– para acometer la obra. Eso se dijo. Va para quince años y la ‘broma’ ahí sigue. Nada se ha hecho. Unos por otros la casa sin barrer y la borriquilla arrumbada en el establo de los olvidos.