A la vuelta de la guerra y después de un naufragio, el errabundo Ulises fue acogido por los feacios sin preguntarle quién era, por qué y de dónde venía hasta después de que fuera aseado, vestido, alimentado y agasajado. En compañía de tales desconocidos daría comienzo a su narración, la nuestra. Desde mucho antes del canto de Homero la hospitalidad se había convertido en una virtud cardinal de las civilizaciones hasta el punto de ser eje de la moral y la práctica religiosa. También el cristianismo, como todas las religiones sin excepción, hace de esta práctica un pilar del comportamiento. Ser hospitalario era, para las épocas antigua y medieval, una condición humana y social inexcusable y su quebranto traía consigo calamidades y castigos. Eran sociedades frágiles, conocían los apuros de salir al mundo, de afrontar la vida sin medios suficientes.
Con objeto de desahogar las aglomeraciones de los centros de acogida canarios, el gobierno ha determinado acoger a cerca de doscientos emigrantes de Mali y Senegal en un antiguo hotel y restaurante cerrado hace años en el municipio de Villaquilambre. No se trata de delincuentes, ni enfermos contagiosos; nada hace sospechar que se trate de personas que vengan a causar problemas, antes al contrario, en esa situación de fragilidad todo el mundo puede entender que buscan amparo. Cada uno de ellos es un náufrago con una odisea que contar. En los últimos años, otros grupos han sido alojados en la provincia sin problemas, en una tierra tan vacía y falta de nueva sangre. Sin embargo, esta vez se ha provocado una reacción muy poco comprensible. Más incomprensible si tenemos en cuenta que responsables políticos, no solo del partido neofascista, han azuzado una xenofobia vergonzosa, con argumentos lindando la indecencia en un pleno municipal.
Nosotros tenemos mucho, demasiado, y pensamos que se pone en riesgo por ayudar a otros, es un egoísmo comprensible, aunque sea odioso y no tenga justificación, entre otras muchas razones de simple humanidad porque la pobreza que en las sociedades preindustriales fue inevitable es ahora necesaria para mantener nuestra abundancia. Debemos a su sufrimiento un nivel de vida que nos lleva a mirar hacia otro lado ante las privaciones que conocimos no ha mucho. Porque no es solo racismo, es aporofobia, es la repulsión que provocan los pobres a quienes tienen de todo menos lo más esencial. Occidente no quiere pobres, salvo que vengan a hacerse cargo de los trabajos más humildes o sean deportistas de élite, millonarios. Occidente no recuerda que fuimos ellos y que, en los últimos dos siglos, tenemos gran parte de culpa de sus desgracias. No tenemos vergüenza y a veces ni siquiera comprensión y compasión.
Fuimos emigrantes. Todos los pueblos de la tierra lo han sido alguna vez. «Que se queden en tu casa», dicen algunos, incluido el cargo público que todos conocen por sus agravios. Esta es su casa. Hospitalidad u hostilidad; escojan. El resultado es sencillo de adivinar.