¿Te vas de viaje? preguntó la niña, deliciosamente intrigada, girando la cabeza, tras cruzarnos uno de estos días brumosos de agosto, en los que el aire leonés olía a ceniza y derrota.
¡Cómo le agradecí por haberme rescatado de una maraña de pensamientos atizados por un calor casi insoportable!
Pero así de sorprendentes son los niños. Encontrarles es como descubrir una de esas conchas que tapizan el mar cuajándolo de tesoros brillantes. Su algarabía festiva convierte en milagro cualquier territorio que bordean. Incesantes, intensos, vitales. Transforman en primicia cualquier rincón con su frescura arrolladora. Los niños, además, quizá por esa inocencia que les envuelve, son capaces de mirar con ojos de domingo cualquier acontecimiento, como el observar a una mujer rodando con una maleta celebrándolo como si fuera fiesta de guardar.
Nacemos con ojos de Ulises, dispuestos a abordar cualquier Odisea, y nos embarcamos en gestas, a menudo con muchos temores de salir escaldados, pero en nuestro interior resuena un resistiré, por mucho que el final del verano se llevará este año parte del dinamismo que puso la banda sonora a las vidas de algunos.
Pero el fuego del dolor de la ausencia no puede consumirlo todo. Emprender de nuevo el viaje, más allá del dolor, a la búsqueda de una Ítaca donde reposar el cuerpo y el alma es algo inherente al ser humano. Allí nos espera nuestro destino, Penélope encarnada en la esperanza que no defrauda.
Ya se está rodando una nueva versión de esta vieja historia griega sobre fidelidad, hazañas, viajes y encuentros dirigida por Cristopher Nolan. Una superproducción a la que ya están acusando de inexactitud y reinterpretación. Dicen que es muy propio del cine americano, para adaptarse a los caprichos de la audiencia. Pero todos somos tendentes a reinterpretar las cosas y a dejarnos embaucar por versiones nuevas que minimicen el daño que nos hace la realidad. Esconder la cabeza en la tierra quemada y dejarnos seducir por los cantos de sirena de los que pretenden contarnos su película. Aunque el fuego prendió las tierras, el homo viator espera mirar crecer la hierba verde a su paso.
Como volver a tener los ojos de aquella pequeña que lloraba viendo partir a un Cid resignado, que también se dirigía hacia un destino incierto, después de ser víctima de la incomprensión y el rechazo. Afortunadamente, retornó tras largas peripecias y duras batallas para abrazarse de nuevo a Jimena, que como Penélope, también le amó con la fidelidad del que todo lo supera.
La niña de mi maleta, tras responderla afirmativamente, reformuló feliz la pregunta comunicándole la buena nueva a su madre: ¡Ey, se va de viaje!