Se ha muerto Cacha. En Ponferrada. Su nueva tierra de adopción y compromiso. Y su muerte, por inesperada, ha causado, si cabe, mayor dolor aún. Manuel Carlos Cachafeiro (y Ruiz), periodista –y Cacha para los restos–, se ha ido a una edad que produce vértigo e impotencia –cumplía 57 años a sus espaldas– y eso exige explicaciones. ¿Por qué a él? Al fin y al cabo era una persona buena y ello era más que suficiente. Y se revuelve, compulsiva, la pregunta: ¿Pero, por qué a él? Jamás habrá respuesta. Ni siquiera en el cosmos, donde muchas veces, en soledad, posaba la mirada.
Asegurar que Cacha tenía más virtudes que defectos, resulta obvio. Y más bondades que malicia. Y con esa bonhomía, con ese bagaje, ganaba siempre los mano a mano. Siempre. Allá donde estuviera apenas si existían peros y porqués a su alrededor. No los contemplaba. Lo suyo era la horizontalidad y el campo abierto. Huía de los recovecos. Fue una máxima de vida, que supo alimentar desde el silencio y la paciencia. Que paciencia, a veces, demasiada tuvo en momentos indeseados.
Persona versátil (o polifacética) en Cacha se concentraban diversas disciplinas, a las que se entregaba sacando horas y horas de su particular chistera. Conjugaba poesía cuando el ánimo le impulsaba sobre el folio en blanco; escribía, pintaba, coleccionaba… y amaba y sentía como una segunda piel la tauromaquia. Le gustaban los toros. Y, por esa afición (a veces desmedida), enhebraba textos y sucedidos en torno a ese peculiar y discutido mundo. Se comprometía en cuerpo y alma. Y tanto fue así, que escribió un librito esclarecedor, que es referencia y orientación para los taurinos leoneses: ‘Primeras imágenes taurinas de León’, tituló, cuyo prólogo encargaría al inolvidable José Luis Perelétegui, otro ‘loco’ del toro y con los mismos mimbres que él para sacar adelante las cosas.
La pintura –ha quedado dicho– fue una más de sus grandes pasiones. Y como no podía ser de otra manera, los toros y los toreros fueron su fuente de inspiración y de trabajo en innumerables circunstancias. Que sin trabajo, y Cacha bien lo sabía, nada se consigue por mucho que se subraye lo de las musas, si de artistas de cualquier ámbito –y él lo era de principio a fin– se trata.
Y es verdad, que en estas horas de amargura y descomposición del alma, los recuerdos se agolpan en la memoria. Los recuerdos y las vivencias. Que muchas hubo en unos años donde su proximidad física con quien esto escribe fue diaria. En la vieja ‘Crónica’ se fue consolidando una amistad, que acabó en un hermanamiento sin fisuras. Y era curioso que cuando se producía una ‘sequía’ informativa en la redacción, allí estaba Cacha para volatizar los temores. Sacaba agua de un pozo seco, cual mago con manos enguantadas de blanco. Su condición y templanza no discutía límites. Él era así.