A través de lo que sale por la boca de sus gentes, el pueblo español es un pueblo creyente y descreído a la vez. Dios es un concepto y un valor humano que está presente a cada instante en la lengua y nos separa del hermano mono. No es cuestión aquí ni ahora de pronunciarse a favor de la libertad de expresión del ateo o del agnóstico, ni tratar de demostrar la existencia de Dios –como Santo Tomás de Aquino o San Anselmo de Canterbury–, ni manifestar la duda de Dios, como Woody Allen, que víctima de un resfriado dijo: «No sabemos si Dios existe y para colmo se me han acabado los Klinex».
Los españoles compartimos con nuestros hermanos europeos un mismo eurocristianismo enriquecido con la teología judía, que nos ha proporcionado ángeles, arcángeles, el Génesis, Adán y Eva, Caín y Abel, Sansón y Dalila, los Salmos, la Pascua..., y enriquecidos también por nuestros hermanos hispanomusulmanes, pues decimos «ojalá» («inch Alá»: que Alá lo quiera) y «olé» («wa-allah»: por Dios) en nuestros suspiros de España. Dentro de esta cosmovisión multicultural, el pueblo español ha creado un dios de denominación de origen ibérico. Sólo un español puede equiparase con Dios, pues, ante la pregunta sobre el estado físico, si este es óptimo, la respuesta más socorrida es decir: «estoy como Dios». Igualmente el todopoderoso ha dado origen a un extraño pronombre indeterminado: «todo Dios». El pueblo español nos mete a Dios a todas horas y en todas partes. «¡Como hay Dios!» es una expresión que se le puede ‘escapar’ a un piadoso ateo, cuando quiere reforzar algún juicio como impepinable e indiscutible. Dentro de los ‘suspiros de España’ el pueblo español nos ofrece en la bandeja de plata de su idioma el «¡por Dios!», cuando queremos desaprobar una acción o un suceso como algo intolerable; y «¡Dios mío», cuando quedamos confusos, alarmados o aturdidos. Y si oímos decir que a fulano esto le cuesta «Dios y ayuda», es lo que le ocurre a un inglés o a alguien que no conoce el español en sus laberintos filosóficos y metafísicos. Por ejemplo, distinguir el significado de «esta tía es muy buena» o «esta tía está muy buena», o bien salir airoso del laberinto «ni están todos los que son ni son todos los que están», dicho que viene de perillas aplicarlo a los que habitan la cárcel o el manicomio.
No hay nada mejor para enterarse de las mucha expresiones de Dios por medio que acudir al Diccionario de María Moliner. Dios está para sustos, sorpresas, gustos, disgustos o alegrías: «Dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César». «Dios los cría y ellos se juntan». «Dios aprieta pero no ahoga». «Dios dirá», «Dios mediante». «Dios nos coja confesados». «Estar de Dios». «A la paz de Dios». «¡Vaya por Dios!». «Que sea lo que Dios Quiera». «Que venga Dios y lo vea». «Armarse la de Dios es Cristo». «Como Dios manda». «Bien lo sabe Dios», etc. , etc.
Pero hay una mención a Dios frecuente y generalmente extendida entre las clases sociales más bajas o menos instruidas, especialmente en las aldeas, que no viene en los diccionarios por su carácter blasfemo y su tono soez y repugnante, que es cuando se defeca sobre el nombre divino. ¿Hay en esto un verdadero sentido intencional ofensivo o negativo contra Dios? No. Puesto que la locución blasfema de echar heces o excrementos sobre el supremo nada tiene que ver con el ateísmo, sino con un cliché, con una muletilla, un taco, que sale automáticamente de la boca impulsada por enfado o contratiempo en forma de desahogo máximo. Sobre ello hay casos verdaderamente paradójicos. En la aldea que frecuento estoy cansado de oír a los jugadores sabatinos o domingueros de cartas o dominó la expresión escatológica a grito pelado contra Dios, sonando como una apoteosis tras la mala fortuna o pifia flagrante del compañero en un lance del juego. Son los mismos sujetos a los que unas horas antes he visto por la mañana arrodillados en misa abriendo sólo la boca para rezar incluso cantar alabanzas. Evidentemente la lengua no se puede ensuciar tan drástica y en tan poco tiempo. En estos casos no se pude hablar de verdadera fe por la mañana e intencionalidad ofensiva vespertina. Sería un contrasentido. Es, simplemente, un ritual, una rutina y, a la vez, un detestable hábito lingüístico, un mal gusto, pero que escapa de todo propósito ofensivo contra la divinidad. En el mismo sentido paradójico, aunque no exento de cinismo, encaja lo que me contó mi padre hace años. Cuando con una democracia en ciernes hubo la oportunidad de refrendar con un ‘sí’ o no votar la Constitución de 1978, un conocido suyo, bastante ‘facha’, estaba muy molesto con mi padre porque éste le había confesado haber votado afirmativamente, a lo que aquél, indignado, le recriminó: «¡Pero, me cago en Dios, Gavilanes, cómo puedes dar el voto a una Constitución que es atea!».
A veces, para escapar de la blasfemia y con ello probablemente de una multa (la blasfemia dejó de ser delito en España en 1988, pero existe el delito de «escarnio», según el artículo 525 del Código Penal Español, para quien ofenda de palabra o por escrito los sentimientos de una confesión religiosa), el pueblo se ha inventado derivados que evitan el nombre: «cago en diez», «cago en dos» o «cago en ros», o el chocante contrataco: «me cago en ningún Dios». Un sucedáneo que también he oído con cierta frecuencia en la aldea es la locución en que la divinidad pierde su generalidad y sólo se circunscribe al que se trata de agredir verbalmente: «me cago en tu Dios».
En torno a Dios el pueblo español ha forjado y acuñado en su taller semántico, filosófico y poético dos adjetivos singulares e intraducibles literalmente a cualquier idioma (uno de los criterios de denominación de origen): «endiosado» y «pordiosero». El endiosado es el que no puede digerir una victoria y llega a «endiosarse», verbo tan ibérico como el jamón de Jabugo o el vino de Rioja. El que se «endiosa» cree que es un Dios inmortal y mira con desprecio desde su megalomanía patológica a los pobres mortales, El pordiosero es el mendigo que pide algo «por Dios» o «por el amor de Dios» y, en su defecto, puede recibir la respuesta «que Dios le ampare» o contestar, si ha resultado correspondido, «Dios se lo pague» o «Dios le bendiga». Es indudable que el pueblo español es un obcecado panteísta, pues Dios está en todo, en lo bueno y en lo malo.

Hispánicas locuciones divinas
07/01/2018
Actualizado a
18/09/2019
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