Allá por octubre de 2023 publicaba una columna titulada ‘Vidas al peso’ en relación con el conflicto que estaba ocurriendo en Oriente Medio y que comenzaba así: «Es asqueroso que hoy en día haya gente que tenga el cuajo y la desvergüenza de defender que no todas las vidas de civiles inocentes, aniquiladas por la barbarie humana, valen lo mismo. Cegados por un repugnante supremacismo, hay personas, por llamarles de alguna manera, que opinan que la vida, por ejemplo, de un niño israelí y palestino pesan diferente». Una reflexión que, lamentablemente, sigue estando vigente en la actualidad.
Ayer mismo, el recuerdo de esos niños israelíes y palestinos masacrados por la sinrazón humana volvió a mí de una manera indescriptible, durante la entrega del Premio Colmena de la Asociación de Víctimas del Terrorismo de Castilla y León al Centro Memorial de Víctimas del Terrorismo. Dentro de este acto se llevó a cabo la representación ‘Reviviscencia’, dirigida por el profesor del Colegio Nuestra Señora del Rosario de los Dominicos de Valladolid, Pablo Méndez González. Ver cómo alumnos de ese colegio vallisoletano se convertían en los niños asesinados por ETA y nos contaban quiénes eran y cómo habían acabado con sus vidas provoca una sensación imposible de explicar. Pena, dolor, sufrimiento, incredulidad y rabia se mezclan desgarrándote las entrañas.
Los desalmados que colocan una bomba o lanzan un misil que hacen volar por los aires la inocencia de los más pequeños son unos asesinos y no merecen ni el aire que respiran. Pero mi duda es cómo calificar a las personas para las que la vida de un niño pesa diferente dependiendo, por ejemplo, de su nacionalidad. Si hay algo que me hace sacar lo peor de mí es la hipocresía y, hablando sobre este tema tan sensible, la indignación no tiene límites. ¿Cómo es posible que el corazón de no pocas personas esté tan emponzoñado que pongan el grito en el cielo por el asesinato de unos niños en concreto y miren para otro lado cuando se arrebata de manera injusta la vida a otros pequeños?
Sé que, hoy en día, pedir coherencia es misión imposible, porque priman los intereses particulares, identitarios, económicos e ideológicos sobre valores fundamentales como el respeto a la vida. Pero no me cansaré de hacerlo ni de exigir a unos y a otros que se indignen de la misma manera y con la misma intensidad cuando un niño es asesinado, por ejemplo, en Gaza, Israel, África o España. Y acabo de la misma manera que hace dos años. «Ya saben, por sus obras los conoceréis».