La primera vez que tuve ocasión de juntar letras en una columna de opinión como la que empieza a leer usted ahora mismo tenía mucho más pelo y bastante menos panza. Y también menos mala hostia, para qué vamos engañarnos. Más que una opinión o una embestida como las que ahora son habituales en este rincón de los jueves, era en realidad una oda a Nino Bravo justo cuando se cumplían cuatro décadas de su irreparable pérdida tras un fatal accidente de tráfico en Villarrubio.
Y ahora nos toca despedir a uno de los hombres cruciales en la fulgurante –aunque tristemente corta– carrera del cantante con la voz más prodigiosa que han escuchado las orejotas de este humilde plumilla. ‘Libre’ o ‘Un beso y una flor’ son sólo dos de las composiciones firmadas por la dupla que formaban José Luis Armenteros y Pablo Herrero, que acaba de irse y del que lo aprendí todo gracias a las entrevistas del maestro Joaquín Revuelta y con la inestimable colaboración de Youtube.
Aprender... Qué verbo tan necesario a día de hoy en una sociedad formada mayoritariamente por individuos que creen saberlo todo desde que les sale el primer pelo más abajo de la cabeza al mismo tiempo que necesitan que sus padres estén más encima de sus deberes que ellos mismos.
Pese a todo, nos queda el consuelo de que al menos suelen conocer las canciones de Nino Bravo, que han envejecido casi tan bien como la Constitución Española, un texto que afortunadamente resiste ante quienes quieren reformarla, por no decir invadirla, ya que en realidad no tratan de mejorarla sino de poner cartuchos de dinamita en sus pilares.
Canciones que no claman al vacío y levitan sobre la nada como las de ahora, que son chundachunda –último residuo depositado en el vertedero en el que están convirtiendo el diccionario que dice velar por nuestra vetusta lengua– y en muchos casos incitan al vómito sin que la recua de ofendiditos y adalides de la igualdad digan ni media palabra. Canciones que dejan claro que, como en casi todo, vamos a peor y que siempre es necesario mirar atrás para no cometer los mismos errores, por supuesto, pero sobre todo para aprender de quienes lo hacían mucho mejor que nosotros por tener como valores de cabecera el esfuerzo, el talento y el carisma.