Si algo me gusta de las redes sociales son los memes, pues aligeran la tensión y la estupidez que campa a sus anchas en comentarios, tuits y cuentas falsas y porque sirven tanto para ilustrar la vida cotidiana como para darle un hilo conductor a esta columna tras unos días en los que no dejo de pensar en que realmente nos engañan, como quieren y cuando quieren, en casi todos los aspectos de la vida. En lo sanitario, tenemos a las autoridades de Castilla y León ocultando los casos de viruela del mono por provincias cuando se les solicita, mientras que 48 horas después aparecen gracias a la magia del ‘Li li li’.
Poco antes llegó una convocatoria fantasma de un grupo de manifestantes que iban a protestar desnudos por el centro de León –sin señalar dónde para evitar detenciones– contra la guerra en el mundo cantando ‘Imagine all the people’. Imagínate lo surrealista de recorrer todas las plazas húmedas, románticas y ‘gogóticas’ buscando algún personaje en taparrabos sin tapar y que sólo encontraras a los que te piden «una moneda, un billete, un bizum», que ya son más que los peregrinos.
También hemos sido engañados con aquel mantra tan repetido de que España no es un país racista, ya que viajar en un ferry junto a diez marroquíes «con teléfonos, cuerpo de gym y gafas de sol» supone una gran amenaza para un alcalde supuestamente a la izquierda xenófoba de Vox pero que no tiene reparos en quedarse tan fresco cuando vaticina delitos al ver la mirada de unos jóvenes migrantes que llegarán a Badalona sabiendo que muchos de sus nuevos vecinos los odian.
Con la pesadumbre acumulada por ver el engaño de que ‘León es cultura’ pero el histórico Trianón se ha convertido en gimnasio y el Emperador acumula telarañas de un tamaño que ya seguro sabrán balancear elefantes, escapo a Madrid para volar en la alfombra mágica de Aladín y reflexionar sobre aquello de que estamos aquí dos días, «uno durmiendo y el otro de resaca». Hemos sido engañados.
Luego apago las redes, los memes y las marchas de Semana Santa, que suenan como dios en pleno agosto, para poner el tenis y ver que las cúpulas han ocultado durante meses el trato de favor que ha recibido el mejor jugador del mundo ante unos esteroides prohibidos que suenan a chuletón ciclista. La justicia no es igual para todos y quien tiene buenos amigos nunca conoce el infierno en un mundo en el que ideal sólo es un cine de Madrid.