miguel-soto.jpg

Hasta un bar de cereales

18/03/2018
 Actualizado a 18/09/2019
Guardar
A la Capital Gastronómica se puede llegar a pie, a caballo, en autocar, en tren y en avión. Y si el deshielo primaveral fuese apoteósico, quizá también en piragua.

Se puede venir a la Capital Gastronómica a pasar un rato, el día entero, una semana o el resto de una vida, años con nueve meses de invierno y tres de infierno.

No hay problema en arribar a la Capital Gastronómica a tomar un café, un vino, tapear, comer, cenar e incluso a hacer dieta, proteínica, probiótica o sin lactosa.

Nuestros emprendedores hosteleros pueden abrir aquí una degustación de café, una vinoteca, una cervecería, restaurantes de comidas griegas, vietnamitas o peruanas, un fish and chips o hasta un bar de cereales. Pero lo que no se debería permitir en la Capital Gastronómica es la apertura de negocios de mesa y mantel que sirvan la indigesta especialidad mundialmente conocida como «cenas por turnos». Son esos sitios donde al llamar para hacer una reserva de viernes o sábado noche uno tiene que escuchar: «le confirmo su reserva a las 20:45, puede hacer uso de su mesa hasta las 22:30, le guardamos la reserva hasta las 20:55, gracias».

Si hemos llegado hasta semejante nivel de progreso y civilización que las guarderías para perros son un servicio común en muchas de nuestras ciudades no es porque consideremos que salir a cenar una noche de fin de semana tiene como meta llenar la panza con la cuenta atrás acuciándonos y además pagarla a treinta euros largos por cabeza. Para hacer eso ya nos hemos inventado la versión, aun por refinar, de la futurista pastilla alimenticia. Se llama cheeseburguer y por dos euros te sirven dos unidades envueltas con asepsia y tres rodajas de pepinillo.

Salir a cenar es tener la intención de disfrutar de una velada agradable, con risotadas o susurros, pero sin mirar de reojo el cronómetro. Es un incordio atacar la sopa de pescado y cada vez que levantas la vista de la cuchara sufrir el espejismo de ver un reloj de arena que se consume donde lo que hay es un centro de flores de plástico. Esas flores y el decorado de cartón piedra suelen ser señas de identidad del tipo de locales que no queremos en la Capital Gastronómica. Aviso a emprendedores con exceso de arrojo: si barajaban montar uno de estos aquí, mejor que inviertan su crédito ICO en abrir un salón de manicura, una peluquería de bajo coste o un compro oro. Con las cosas del comer no se juega.
Lo más leído