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Habitar el ocaso

11/04/2024
 Actualizado a 11/04/2024
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Hay mucho de utopía en hacer confortable el final de la vida cuando es necesario pasarla en una residencia de mayores. Es encomiable el esfuerzo y la profesionalidad que, salvo vergonzosas excepciones, está dedicando el sector a convertir el ocaso en un lugar amable como una cálida puesta de sol en verano. Las Cortes de Castilla y León han aprobado una nueva Ley Residencial que habla de dignidad y de un nuevo modelo de atención integral. Por el momento son buenas intenciones.

Las residencias de mayores, en las que casi todos tendremos habitación algún día, deben facilitar unos últimos años dignos. Tampoco debemos dejarnos caer en un final de la vejez tan edulcorado que no existe. Ese disfraz se destroza día a día para quien ha tenido la experiencia de visitar residencias durante algún tiempo. Son lugares al margen del bullicio de la calle y se vuelven oscuros, a pesar de las paredes de colores, cuando gran parte de sus huéspedes deciden que simplemente ha llegado el momento de esperar. Y ese momento sucede si uno vive lo suficiente. A mi abuelo la enfermedad no le permitió elegir pero mi abuela sí que señaló un día en el que parar el calendario. A partir de entonces casi nada le ilusionaba, poco de alegraba y era mucho lo que temía. Había decidido dedicarse a esperar. «Ojalá vivas todos los días de tu vida» decía Jonathan Swift. Pues ella dejo de vivir unos dos años antes de su muerte. 

Su caso es común y quizá inevitable. Lo que más impresiona de una residencia de mayores es entrar en el salón de la televisión a media tarde y romper el silencio denso de un par de decenas de ancianos aguardando la noche. Había tanta sabiduría olvidada en aquella nada. En esos dos años postreros ahí estaba mi abuela. Mirando la tele como al infinito durante horas, en un letargo perturbador de cuerpos que no responden y que rompía como el resto para ir a cenar y después a la cama. Es difícil humanizar aquel desdén. Puede que ese desdén sea simplemente humano. 

 

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