No hay datos demográficos que me lo demuestren, todo lo contrario que la necesaria separación de León y Castilla, pero doy por hecho que la gran mayoría de los lectores de este periódico no son el público objetivo de Bad Bunny. El caso es que al menos un par de los que lo hacemos hemos estado hoy atrapados en una cola virtual tratando de conseguir entradas para alguno de sus conciertos en España… el próximo año.
Honestamente no me voy a poner a cuestionar el gusto musical de nadie, hace tiempo que me pasó ese momento, simplemente escucho lo que me gusta, lo que me apetece y no juzgo al que hace algo diferente. Simplemente lo ignoro.
El caso es que en este mundo de tratar de asistir a un concierto ya ni las colas son colas, ni siquiera sabes exactamente las fechas e intentar acudir a ellos supone una aventura en la que es prácticamente obligatorio juntar las siete bolas de dragón y embadurnarlas en sangre de unicornio para poder comprar una entrada a un precio desorbitado y que además te cobren por ponerte tú mismo la caña en el bar, ese fenómeno conocido como ‘gastos de gestión’. Solo les falta pedir propina.
Reconozco que a mí me ha salvado el amigo de un amigo en esta guerra que aparentemente ha reunido hoy a centenares de miles de jóvenes (y no tanto, que algunos ya peinamos canas) de toda España en una oda al capitalismo y al postureo más extremo de la que reconozco que me da un poco de asco ser parte. Me jode tener que hacer planes a un año vista, me jode la histeria colectiva, me joden los que intentan hacer negocio con la ilusión de la gente y en general... salir del barrio. Será que me estoy haciendo mayor.
En mi defensa he de decir que hace cinco años yo tenía entradas y hotel para ver a este buen hombre y que, por lo que sea, hubo cierta pandemia que lo anuló todo. Quién sabe lo que tendremos dentro de un año.
En fin, que vaya día. Y encima ‘habemus papam’. Cómo se nota que en El Vaticano funcionan sin cola virtual, qué brío para gestionar. A ver si llega al día del concierto.