Razón tenías, Cecilia, cuando insististe en que merecía la pena verla. Es, en su dureza, toda una gran epopeya por la supervivencia del ser humano. Un ejemplo de confraternidad entre un grupo de amigos que pliegan la necesidad individual al beneficio de la comunidad. La película relata un duro holocausto que se inmola sobre un gran manto de nieve en continuo movimiento, y que se renueva por las ventiscas y se retroalimenta con inesperados aludes que llegan casi a perpetuar la presencia nívea que cubre las mastodónticas montañas andinas. Unas cumbres fantasmales, pese a convivir en medio de un cielo que de azul aterra, prendido entre las montañas que fagocitaron a la mayoría de los tripulantes de aquel avión uruguayo, rumbo a Chile, que el 13 de octubre de 1972 se estrelló sobre ellas. A bordo cuarenta y cinco personas. La mayor parte, jóvenes de un equipo de rugby.
No estaba muy animada a verla temiendo encontrarme escabrosas escenas dado lo cruento de la situación. Aquella pequeña ‘Sociedad de la nieve’ que al verse sola, sin muchas esperanzas de rescate, optó por una solución drástica para no perecer de hambre. Seguro que muchos lectores y lectoras, conocerán el hecho. Temía tener que abandonar la butaca. Pero hay que reconocer una vez más la maestría del director Juan Antonio Bayona para dignificar y humanizar catástrofes como logró en ‘Lo imposible’. Me resistía a asociarme a los desdichados de la nieve después de haber disfrutado de otra hermosa película: ‘Perfect Days’, donde un veterano limpiador de urinarios públicos en Tokio, consigue convertir su vida, a priori rodeada de mugre y hedores, en una fuente de placeres. En este caso el director Win Wenders, al igual que Bayona, ha eludido recrearse en los aspectos más desagradables de la historia.
Wenders narra un canto al disfrute del trabajo bien hecho y al deleite en los placeres cotidianos. Para el sencillo Hirayama, empezar el día con Niña Simone ‘I’m feeling good’, sentarse a comer a la sombra de un árbol deslumbrado por su belleza natural, sumergirse en las piscinas de unos baños públicos o acabar el día leyendo ‘Once’ de Patricia Highsmith, es todo lo necesario para haber vivido un día perfecto.
Sobrevivir, es encontrar el instante de belleza que se oculta a cada paso. Como dice Borges «no pasa un día en que no estemos un instante en el paraíso» y yo lo encontré mirando una pantalla en la que un grupo de personas vivía un infierno sobre la nieve, aunque quizá me sentí así porque la recomendación vino de ti, querida Cecilia.