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El gol de los ojos vendados

09/11/2025
 Actualizado a 09/11/2025
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Incluso antes de tener uso de razón, mi vida deportiva ha estado ligada, sobre todo, al fútbol. Y, como tal, no me perdí en su día por TVE el partido de octavos de final del campeonato del mundo sub’17. Encuentro en el que la selección femenina española sucumbió hace un par de semanas en Marruecos ante Francia, sobre lo cual quiero decantarme.

Tuvo lugar allí la novena edición de esta contienda futbolística en la que participaron 24 naciones divididas en grupos de cuatro. España estaba integrada en el grupo E, junto a Colombia, República de Corea y Costa de Marfil. Las nuestras lograron tres victorias de un modo contundente, marcando 12 goles a favor y ninguno en contra, llegando así a los octavos de final de la manera más limpia y sobresaliente. Seguidamente, debía de enfrentase a Francia, que en su grupo había quedado segunda. El combinado nacional cayó eliminado ante los galos en la tanda de penaltis (4-5) tras no pasar del empate (0-0) en los noventa minutos reglamentarios, pues no había posibilidad de prórroga. Fue, a todas luces, un adiós cruel, porque España dominó claramente el partido teniendo varias ocasiones para marcar, sin que Francia hubiera tenido ninguna. Siendo una de las grandes favoritas, España quedó así fuera de la lucha por el podio, algo que no había sucedido desde 2012. Las nuestras habían ganado en 2018 y 2022, obtuvieron plata en 2014 y el bronce en 2016. 

¿Qué me mueve opinar sobre este asunto? Pues, porque no es solo cuestión de echarse las manos a la cabeza y decir compungido que fue un «adiós injusto y cruel». Creo que habría que decir algo más, si relacionamos la competición con el sistema de clasificación. En ella se da igualdad de derechos a los equipos que llegan a los octavos, cualesquiera que hayan sido los resultados previos en la primera fase. Francia había encajado 4 goles, metido 6 y perdido un partido. España, en cambio, no había recibido ni un solo gol, habiendo ganado todos por goleada. Lo cruel e injusto, en mi opinión, es que, según la reglamentación actual, para seguir en octavos de final se haga ‘tabla rasa’ de lo acontecido previamente. Sería lógica la tanda de penaltis para entrar en esa segunda ronda, si ambas selecciones hubieran llegado con los máximos puntos posibles, sin tener en cuenta los goles metidos ni recibidos. Pero, si llegados a los octavos de final, había una diferencia de puntos entre un equipo y otro (como ocurrió ostensiblemente entre España y Francia), no habría de resolverse mediante una tanda de penaltis. ¿Cómo, pues? Muy sencillo. En el partido de octavos de final, según un criterio más justo y como ocurre en otras competiciones, debería tener ventaja el equipo con más puntos obtenidos hasta ahí, dándole por ganador no solo por vencer en el enfrentamiento de octavos sino también con empatar. O lo que es igual. Para clasificarse en cuartos de final, obligatoriamente Francia debería haber ganado a España. En otro caso, habría quedado eliminada. Como no lo fue por no estar así reglamentado, las chicas españolas volvieron para casa con las manos vacías y las mejillas empapadas de lágrimas ¡sin haber perdido ni recibido un solo gol en cuatro partidos o 370 minutos! ¿Es esto justo y lógico? Para quien subscribe, obvia y tajantemente, no. Fue aún peor en 1954. España, que había empatado con Turquía, quedó eliminada en jugar el mundial masculino en Suiza. El equipo que, de los dos, debería seguir en competición lo consiguió, no mediante un tercer partido, ni tampoco por penaltis, sino a través de sorteo. Un niño italiano de 14 años llamado Franco Genma, con los ojos vendados, metió la mano en un tarro y extrajo una de las dos papeletas. Tenía inscrito el nombre de Turquía. Ayer fue un sorteo en caso de empate. Hoy son los penaltis. Mañana… Dios dirá.

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