27/01/2024
 Actualizado a 27/01/2024
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Cada vez se parecen más. Hablamos de las ciudades. Terminarán por ser todas iguales, solo las salva el pasado de esa impersonalidad aséptica y prefabricada, insípida, con sus franquicias ocupando los locales más amplios y luminosos de las calles principales, sus zonas peatonales con arbolitos y pérgolas, sus parkings y galerías comerciales tan perfectamente diseñadas para el «selfie» de turno.

Por ejemplo, León y Oviedo o Burgos y Santander, se diferenciarán por el mar o por sus catedrales, por las huellas que nos hayan dejado nuestros antepasados, lo demás, lo que corresponde al proyecto urbanístico actual, se parecerá como si fueran ambas dos gotas de agua. En todas podremos encontrar en pleno centro un Zara, Mango, Sfera o Burguer King. Los espacios que las hacían características y les otorgaban personalidad van desapareciendo gracias a ese fenómeno llamado «gentrificación». 

Los barrios de pescadores ya no tienen marineros, los de las letras han expulsado de sus dominios a los escritores, que asfixiados por los precios desorbitados del alquiler e imposibilitados para conseguir una hipoteca, se ven obligados a huir a la periferia en el mejor de los casos.

La semana pasada leí en las noticias que un «streamer» que ahora vive en Andorra compró un edificio entero para construir un centro comercial, arrasando en sus objetivos con todo inquilino que se encontrase en su camino. Así fue como llegó a los tribunales intentando desahuciar a una anciana de 80 años que llevaba viviendo en el edificio toda su vida y que cantó un «Resistiré» que ha inundado los periódicos. 

Le hicieron la vida imposible para que desalojase, arrancaron ventanas, atascaron tuberías, pero ella no tenía alternativa y sí derecho a quedarse por ahora. Me pregunto si personas así, que tienen mucho pero nunca es bastante, pueden dormir por las noches. Nos estamos convirtiendo en una versión descafeinada de nosotros mismos.

 

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