11/09/2023
 Actualizado a 11/09/2023
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La lectura de la novela inédita de Umbral ‘Días sin escuela’ le transporta a uno a aquel León de posguerra en el que un chiquillo tiene que batirse con la adversidad (el frío, la miseria, la pobreza y la horfandad) equipado con una espada de madera. La novela, primeriza, es un ejemplo de este tipo de literatura que preconiza la venida de un genio al mundo de la creación. Y, en concreto a este mundo que han ido configurando un tipo de escritores leoneses (y no cito nombres por no herir susceptibilidades) caracterizados por una pincelada gruesa y un como humor negro y corrosivo de gentes que se saben reír hasta de su sombra. ¿Émulos de Valle Inclán en un principio? Podría ser.

Un gran acierto del Instituto Leonés de Cultura que no hace tanto nos había obsequiado con la publicación de dos libros de cuentos del ‘melladín’ de Pedrosa del Rey, Antonio Valbuena, titulados ‘Parábolas’ y ‘Rebojos’ en los que podemos revivir toda una forma de vida tradicional en el alto Esla, y un vocabulario que muchos de nosotros todavía conocimos en ese mundo rural y que ya se ha perdido para siempre.

Entretanto en la ciudad se han empeñado en llenarnos el verano con recreaciones de aquel otro León, crecido y pretencioso, de unos años de prosperidad en los que acrecían los negocios y los comerciantes y los obispos llamaban a los arquitectos de moda para levantar palacios sin balcones. Como escribiera Victoriano Crémer, otro que tal, en su precioso: ‘Los papeles de Francisco Pérez Herrero’ y en el que, refiriéndose a Gaudí, el catalán que nos dejó en León dos de sus obras, una en la ciudad y otra en Astorga, dice: «Aquel señor que acudió a la llamada de unos mercaderes. Se limitaba a construir castillos para fantasmas, que, pese a su inutilidad o tal vez por ello, acababan por convertirse en claves para el entendimiento de la ciudad».

El León del niño aquel que Umbral dibuja, dice de sí mismo: «Soy un niño que roba burros a los lecheros y se pelea con una espada de madera y recita de modo cada vez más confuso las obras de misericordia mientras la ciudad se llena de aviadores y convalecientes y de madres enfermas como la mía, de gentes lluviosas que fuman mucho y pueblan los cafés de la calle de Ordoño».

Lo de «gentes lluviosas» podría ser, por sí mismo, como una prueba, o una premonición, de que nos hallamos ante un escritor de genio y figura, como tantos de los que vinieron a componer elelenco de la maravillosa «narrativa leonesa».

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