Rie Kudan es la escritora japonesa que acaba de ganar un premio con su novela ‘Tokyo-to-Dojo-to’ en la que admite haber usado IA. Me parece bien, si la idea original es suya y las preguntas a través de las cuales generó una conversación con la IA son genuinamente suyas. En esta vida todo depende de cómo se usen las cosas y, la mayoría de ellas, sobre todo los avances tecnológicos, pueden utilizarse para bien o para mal. Que la ley va siempre a rebufo de la realidad tampoco es un gran titular, el legislador sabe de lo suyo, no es el Mago Merlín. En las transiciones todo el mundo habla sin parar y lo más alto que puede para que se le escuche. Todos queremos que se conserven las circunstancias que conocemos y nuestras condiciones laborales habituales. El vértigo es respetable. Sin embargo, si miramos al pasado veremos que lo normal eran las cadenas de montaje en las que un tío ponía un tornillo una y otra vez hasta que tocaba una campana, se zampaba una sardina y seguía haciendo lo mismo. Las mujeres ya no lavamos la ropa en el río, con las manos heladas en pleno invierno, nadie lee a la luz de las velas, no morimos por el misterioso mal del costado, ni miramos la luna como si fuese una gran desconocida. La cultura ya no está en los conventos, no se ciñe a los anaqueles de las librerías, a bibliotecas y museos. Gracias a la búsqueda de los pioneros en cada materia, un niño sin medios, puede estudiar la obra de Van Gogh o leer a Dickens. Puede ser autodidacta si se lo propone. Y tener posibilidades. Esas posibilidades hacen del mundo un lugar más libre y lleno de gente que no lo ha tenido fácil y que tiene algo que decir. Ahora me dirán que si la bomba atómica, que si la guerra biológica, que si el plagio y la propiedad intelectual. No les voy a quitar la razón. El plagio existe desde que existe la creación. Es como la envidia. La envidia, la admiración y la mitomanía (aparte de la ignorancia de pensar que nadie se va a dar cuenta y la falta de autoestima con respecto al propio imaginario) van de la mano del plagio. La IA facilita el plagio de obras ya realizadas porque las reescribe, las metamorfosea y disfraza para crear un Frankenstein. Pero la gente idiota no es. El público sabe cuando algo está recalentado y revenido. Y a los que les gusta ese plato es a los mismos que ya les gustaba antes de la IA. Las irregularidades se van a legislar. Pero no se equivoquen, lo auténticamente humano, que es el talento, es lo que la IA no va a poder sustituir, menos aún basándose en información pasada. Podemos usar la IA para apoyar o podemos darle un uso pernicioso. De la ciencia no escribo porque mi ignorancia es grande, pero por lo que leo, en ese campo la IA está haciendo maravillas. En definitiva, Podemos usar el rodillo para amasar o para dar al vecino en la cabeza. Podemos usar la fisión nuclear para generar electricidad o para volar ciudades enteras. El caso es que, afortunadamente, avanzamos, algo que a veces implica retornar: volver a escribir a mano, volver a las reuniones en las que se compartían cuentos de viva voz, volver a valorar los testimonios de vida en vez de los esquemas cerrados de guion basados en arquetipos y héroes de cómic.
La tecnología avanza. Y yo creo que las humanidades volverán al lugar que les pertenece, ahí donde los exploradores de las montañas más altas ponen una banderita que debería llevar escrito: HUMANOS.