La generación Z del robo sin épica

23/12/2025
 Actualizado a 23/12/2025
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La incógnita sobre quién recogerá el testigo marca la pauta de un presente sin futuro que cada vez duele más. Y lleva la marca Bierzo en su ADN. Se pierde el sector agroalimentario, o se estanca en esa venta a granel que beneficia a quienes elaboran fuera de nuestras fronteras comarcales, frontándose las manos al ver que no encumbramos. Falta relevo en todo lo que tiene que ver con emplear las manos como herramienta viva, y no las máquinas: esas que el «ilustre» Rajoy defendía como creadoras de otras máquinas, y que en teoría debían preservar puestos de trabajo humanoides que hoy laten más débiles que nunca.

No hay relevo ni para los atracadores de calle, lastrados por una generación que ya no lleva suelto, ni billetes, ni nada que encierre valor más allá de un código QR. Ahora se roba una clave o un teléfono de lujo; la cartera ya no tienta porque solo guarda las fotos de carnet de los allegados más estéticamente afortunados, y eso con suerte. Pero las Navidades mantienen la nostalgia de aquellos delincuentes clásicos que poblaban calabozos y titulares subrayados en estas fechas. Y este año, el Bierzo los ha tenido: un atraco a mano armada a un banco de barrio. Peliculero hasta la médula, sí, pero también testimonio de lo poco que hemos avanzado en seguridad y tecnología. Presumimos de máquinas hechas por máquinas, blindadas contra cacos, curiosos o ignorantes. Y basta una capucha para vulnerarlo todo. La cajera pasa el mal trago: un hombre con capucha la encañona y ella no puede más que entregar el botín. Tres mil euros. Tres mil. Y con solo una capucha, el protagonista desafía cámaras, barreras y sistemas que las grandes empresas (sobre todo las dedicadas al alquiler de dinero) anuncian como infranqueables. La tela frente a la máquina. Nada que hacer. Pero estamos en Navidad. Y la cosa no se queda en una cajera a la que se le van a atragantar las fiestas por el sofoco con el que empatizamos. A las puertas de los supermercados, un grupo de «tiramonedas» hace campaña con los nervios de la confiada clientela. Ni el gesto rutinario de llenar el coche con la compra se libra. El miedo empapela las paredes de nuestros hábitos: las alertas, los avisos, las sospechas. Te señalan unas monedas que supuestamente se te han caído, te agachas a recogerlas y olvidas que estabas colocando el bolso en el coche. Menos mal que ya casi nadie lleva calderilla: el truco se vuelve viejuno por sí mismo y cierra el círculo. La física del dinero es solo un recuerdo y las monedas que no se caen dejan el engaño sin efecto. Como no se te caiga un Bizum…mal lo llevan. Pero que malos ratos nos han hecho pasar, jo, cómo se les añora.

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