A pesar de que todavía el aroma a ceniza impregna las zonas afectadas por los incendios y que el rastro oscuro y desolador permanece como estigma de unas heridas todavía sin cicatrizar, nadie se acuerda de nosotros. Desde que los dirigentes de turno salieron a su sorteo de la lotería particular ataviados con los uniformes del Colegio San Ildefonso para prometer el premio gordo, nada se ha sabido de que ha sido de los damnificados por los incendios en León y en el resto de la España vacía. Desgraciadamente, en este sorteo desdichado de los desafortunados no se sabe cuándo se puede canjear el boleto. Además, a diferencia de aquellos que les toca la lotería, a los que los medios les persiguen hasta el punto de que uno puede saborear desde el otro lado de la televisión el cava cuando lo descorchan, a nadie parece importarle la suerte que corran los que perdieron todo hace un mes en los incendios.
Sí, sólo han pasado treinta días. Vivimos en un tiempo tan convulso, tan sobreexcitado y que arde más que nuestros montes que el tiempo pasa más rápido de lo que debería. O quizá no tanto. Lo que pasa que le robamos tiempo al tiempo sólo cuando nos interesa. Ya nadie habla de la tierra quemada en Castilla y León, en cambio, no dejan de inundarnos con información sobre el terreno pantanoso de la DANA; precisamente por eso, porqué los torrentes de agua han abonado los cultivos para que el morbo esté servido. Un proceso con más cobertura mediática que los juicios de Nuremberg y las íntimas cavilaciones de Génova de quemar a Mazón hacen que no dejemos de consumir noticias sobre lo que ocurrió en Valencia. No sé cuántos reportajes he visto ya sobre los colegios valencianos en los que ya no se dan clases, o los parques cuyos columpios ya no oscilan o los campos de fútbol en cuyas porterías ya no se meten goles… Debe de ser que aquí en León o en los otros lugares afectados por el fuego no había vida. Si hay gente que no sabe dónde está toda ciudad distinta a la suya, no me extrañaría nada que cuando se quemaron nuestros montes alguno se sorprendería de ver que aquí vivía gente.