20/09/2023
 Actualizado a 20/09/2023
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Estoy en la cinta de caja del supermercado pensando en las alpabardas, cuando la señora que va delante me recrimina que no haya colocado el separador que sirve de división entre su compra y la mía. La miro un poco desconcertada hasta que descifro lo que me está diciendo y procedo a poner el separador. Es lo que pasa con las fronteras, pienso, están en todas partes. 

Que las fronteras empiezan en nuestra piel ya lo estudió el antropólogo Edward Hall cuando diferenció la distancia proxémica en cuatro tipos: distancia pública, distancia social, distancia personal y distancia íntima. Medidas que varían entre culturas y que, en definitiva, lo que hacen es marcar territorios invisibles.

Imagínense mojando la tostada del desayuno en el café del señor de al lado. Esto sería una invasión geopolítica en toda regla, sin duda. Pero detengámonos en las declaraciones de la actual Secretaria de Estado de Igualdad contra la Violencia de Género, según la cual los besos al saludar sitúan a las mujeres en una posición de subalternidad en una «cultura de la impunidad». Una frontera ésta que de establecerse sería prima hermana de las que imperan en sociedades integristas y ultraortodoxas. La teoría de la Señora Rodríguez me parece la viva advertencia de que los extremos se dan la mano. 

En cuanto a las fronteras geo políticas, ya sabemos que delimitan la soberanía de cada Estado y, en el peor de los casos, simbolizan un muro frente al forastero. Esta ha sido históricamente explotada por quienes buscan ganar poder y cohesión identitaria mediante el miedo a la amenaza exterior. 

El problema en todas las fronteras, viene cuando nos planteamos algo tan extraterrestre en los tiempos que corren como el principio de justicia.

La pregunta es si creemos que la justicia es debida en nuestro territorio frente a amenazas externas o si llegamos a la solidaria conclusión de que debe ampliarse a la relación entre todos los seres humanos, con la complejidad que esto implica. En el segundo caso la unidad básica de distribución serían precisamente esas estructuras globales y externas. El resumen de esto podría haberlo hecho mi abuela cuando decía «No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti» completándolo con un «no mires impasible como a los demás les ocurre lo que no quisieras que te pasase a ti».

Mientras discutimos nuestras fronteras epidérmicas e identitarias hasta extremos absurdos miles de seres humanos pierden la vida con la única esperanza de poder vivirla. 

No van a dejar de huir de la muerte y de la guerra. Precisamos una reflexión colectiva y cabal sobre lo que nos está sucediendo como especie y las preguntas a las que nos vamos a enfrentar en años venideros. Seamos conscientes de que lo que está naufragando y muriendo en nuestras costas, además de seres humanos, es la propia idea de justicia.

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