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Frente a toda adversidad

15/01/2024
 Actualizado a 15/01/2024
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Las razones aducidas por el tribunal que concedió a nuestro Luis Mateo el Premio Cervantes de las letras, son las siguientes: 1ª) Por ser uno de los grandes narradores de la lengua castellana; 2ª) Por heredero del espíritu cervantino; 3ª) Escritor frente a toda adversidad: 4ª) Creador de mundos y territorios imaginarios; 5ª) Con una prosa, sagacidad, y estilo...del más alto nivel.

Completamente de acuerdo. Pero el punto 3º ¿a qué hace referencia? Y no es que el cronista no lo sepa, que lo sabe bien; sino que el lector común se quedará, sin duda, un poco preocupado si únicamente dispone de las referencias biográficas habituales. ¿Cual es, entonces, tal adversidad? Porque la vida de nuestro amigo Mateo ha transcurrido en un medio y en unas condiciones que pudiéramos tener por muy normales para la época que le ha tocado vivir.

Sin embargo, en aquella ciudad de los ‘sesenta’ con aquel frío tan atroz, aquel grupo de muchachos que luego ‘sacáramos’ la revista de poesía ‘Claraboya’ mucho hablar con don Antonio de Lama, mucho escuchar a Pereira y a Gamoneda, mucho leer y empaparnos de lo clásico y lo moderno y discutir de pintura, de música y del negro porvenir, mucho proponernos cambiar el mundo y huir de la vulgaridad, pero ligar, lo que se dice ligar, nada de nada. Las mujeres de entonces eran listas y tenían un olfato especial para dejar de lado a aquellos que no presentaban ninguno de los rasgos de los galanes que triunfaban de verdad.

Y, a pesar de todo, Mateo fue uno de los que se mantuvo firme en el propósito de escribir. Pero, el primero que cambió pronto de la poesía a la prosa, intuyendo que la poesía no nos iba a llevar a ninguna parte en aquel medio hostil, que entonces, y con buen criterio, aún no pretendía la igualdad de géneros, conscientes de que, al menos en León, ella siempre era la dueña de la situación.

Había que escribir poesía, por supuesto; pero lo prioritario era ‘ligar’ y nosotros «no nos comíamos un rosco» y de poco nos servían ni Eugenio de Nora, ni de Lama, ni Pereia, ni Gamoneda. Otros que tal. Y menos en aquella ciudad dominada por una nobleza local y castiza, alérgica a toda pobreza y fealdad. Ni en Club radio, ni en el Casino, ni en ningún otro local fetén se nos ocurría asomar, con aquellas pelambreras y aquellos pantalones de pata de elefante que solíamos lucir.

Y enseguida los ‘Novísimos’ arramblaron con todo y nos dejaron a verlas venir. Y en Valladolid, las muchachas, nos miraban y se echaban a reír.

 

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