06/03/2024
 Actualizado a 06/03/2024
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«Si quieres trabajar con nosotros deja tu CV». Esta nota impresa en un cartel estaba pegada al escaparate de una tienda. Es un caso extraño, pensé, ya que normalmente no se permite el uso, antes común, de dejar el CV en negocios abiertos al público. Lo normal es que se siga un protocolo y el CV se adjunte como documento en manos de nadie y a merced de un algoritmo idiota de toda índole. El algoritmo aplica todos los clichés y convencionalismos que se puedan imaginar cribando todo lo que no cuadre con sus variables y, ya de paso, la excelencia y la originalidad. 

Una vez desechado tanto lo peor como lo mejor, el algoritmo escupe lo restante para que un equipo humano de entre 20 y 25 años valore, con su sabiduría vital adquirida a través del tiempo y la experiencia, quien será el empleado idóneo. 

En un momento en que yo misma buscaba empleo convencional, un experto en la materia me recomendó que, en determinada red social, escribiese mi puesto de trabajo en masculino ya que era el primer filtro que debía de pasar. De esa manera yo habría constado como como director de comunicación, profesor o, gracias a Dios, como guionista, manteniendo al menos en este último puesto, la neutralidad en cuanto a género. He aquí una memez que no se me ocurrió hacer.

Observo una queja generalizada de muchas personas, en concreto de mujeres alrededor de los cuarenta, que no logran acceder ni a una sola entrevista de trabajo. Mientras aumentan la esperanza de vida, los embarazos a los cuarenta y la igualdad sobre el papel, esta paradoja crece y personas que podrían llegar a vivir cien años se ven en la cuneta de la vida a los cincuenta. Mujeres que se han dedicado a criar a los hijos, algunas en circunstancias complicadas, sin ayuda y a tiempo completo, ven imposibilitada su reinserción en un mercado laboral que se parece mucho al subsuelo de aquella serie infantil protagonizada por títeres titulada ‘Fraggel Rock’. La mina donde se afanaban ‘los curris’ cantando «hay que trabajar, no podemos descansar» era un laberinto de eficiencia generadora de mediocridad, pisotones diplomáticos, envidias veladas y guantazos por salir en la foto. No lo duden, es el subtexto. 

En todo caso, tengo amigas que ostentan puestos de altísima responsabilidad, he de decir que la mayoría no tienen hijos. Hay excepciones que confirman la regla, también se debe de decir. Otras amigas, privilegiadas en cuanto a patrimonio, matrimonio y escala social, están al margen de este asunto ya que, tras criar a sus hijos con gran disfrute y margen de comodidad, podrán emprender, colaborar en la empresa familiar o en la de algún amigo de la familia. La cuestión son esas mujeres que aún tremendamente preparadas, se han quedado al margen durante un periodo y tanto su edad como su sobrada preparación, operan contra ellas. Esto no significa que lo mismo no suceda con los hombres, pero hemos de admitir que la maternidad es justo lo que realmente hace la diferencia. 

La clave está en flexibilizar el filtro de entrada al mercado laboral, humanizarlo, acercar a las personas para conocer sus circunstancias, su energía, su empuje, todo eso que un pdf no sólo no tiene, sino que falsea. 

«Si quieres trabajar con nosotros deja tu CV» es una buena noticia. Entrar, saludar, con el cuerpo presente. Ni la Ley de Protección de Datos, ni el algoritmo oligofrénico y desenfrenado, ni el cambio de género en redes, ni el último niño salido de la facultad de psicología con las uñas mordidas tomando decisiones mastodónticas. Para una sociedad más feliz e igualitaria no debería ser necesario el protocolo algorítmico ni asfixiarse en Fraggle Rock.

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