Junto a mis amigos de la infancia, Javi y José Ramón, pasaba horas cerca de las vías del tren de Feve, entre la Iglesia de Las Ventas y el Colegio de los Maristas. Vivíamos en la Avenida Mariano Andrés, cuando aquello era casi un descampado. Dedicábamos parte de nuestro tiempo libre a poner las chapas de las botellas de cristal de los refrescos (tapones metálicos) en los raíles para que los trenes las aplastaran. Las coleccionábamos y jugábamos con ellas.
Desde 2011 no circulan trenes por allí. Las vías se han convertido en fantasmas y los responsables políticos silban... Nos cuentan cuentos que por interés algunos compran. Los trenes llegan hasta La Asunción y desde allí hasta el centro de la ciudad los viajeros transitan en autobús. Afirma el ministro de Transportes “que es la solución más racional que se puede adoptar en este momento”, en vez de reconocer que no hay interés ni ganas de poner el dinero necesario.
Óscar Puente ha calificado de “disparatado” el proyecto que en su día idearon sus compañeros de partido al frente del Ayuntamiento y de FEVE, aquel que llegaba hasta el centro de la ciudad a través del llamado Tren-Tran. Pídele cuentas al rey, que dice el refrán. León sin el tren de vía estrecha del que disfrutaba, la centenaria estación de Matallana como monumento a la gestión ineficaz y los habitantes de la montaña sin el servicio del que disponían.
¿Cómo es posible que el conjunto de la ciudadanía leonesa aguante esta situación durante tantos años? ¿Qué tiene que ocurrir para que despertemos del letargo en el que, parece ser, vivimos? ¿Por qué en otros territorios sí hay soluciones para este tipo de situaciones? La culpa de todo, en este caso, no la tiene la Junta de Castilla y León, el habitual pim pam pum de los males propios y ajenos.
Recuerdo las chapas de Mirinda, Kas Manzana, TAB, Plim o Konga. Recuerdo los trenes de La Robla repletos. León tenía otro carácter.