La Navidad comienza en nuestro mundo familiar cuando aparece él, sí, «el cuñao», y da lo mismo que llegue a la cena de Nochebuena con un tetrabrik de vino debajo del brazo, de muy baja calidad, adornado como si fuera una botella de Château Margaux o Saint-Émilion, o que use un jersey navideño que tiene, con pinta de estar ebrio, un reno bordado, pero ¡es ahí cuando arrancan los festejos!
Mientras la abuela calienta el consomé y los niños gritan y corretean, «el cuñao entra como Pedro por su casa» seguro, decidido y con monsergas para todos los gustos. En menos de diez minutos ya ha explicado cavilosamente cómo solucionaría él la inflación, el PIB, el conflicto de Oriente Medio y la guerra de Ucrania... Si le dejan, claro está.
En la mesa se sienta al lado de un primo que es vegano, al que ha apodado el «herbívoro», para iniciar una conversación casposa y plomiza sobre la carne, el aceite de palma o «las guarrerías modernas». Y no se conforma con charlar, no, él sermonea, educa e ilumina.
Este año, «el cuñao», que no es muy lector, se ha puesto muy serio para decir que va a predecir quién será el ganador del premio Planeta 2026. ¡Y no es que sea fácil!, pero él vaticina que será algún «empleado/a» de Antena 3 TV, ¡dícese de Planeta!, puesto que ya lo han ganado la Sra. Onega y un tal Sr. del Val… ¿Por qué no la Sra. Griso o el Motos?
Cuando llega el momento del brindis levanta su copa, guiña un ojo y dice: «Por España, por la familia y porque algún día me escuchéis hablar desde el Congreso». Nadie sabe si bromea o es que se ha presentado en una lista municipal por algo o por alguien…, o en una agrupación independiente de vecinos cabreados.
Conclusión: la Navidad sin «el cuñao» no es Navidad, y sería una cena con menos tensión, carcajadas y anécdotas. Porque a veces desespera, cierto, pero cuando falta todos lo notan... ¡Falta «el cuñao»! Salud.