Claman por los pueblos los altavoces de las furgonetas electorales y claman sus líderes en los mítines y en el encuentro con la vecina en la calle. Es el momento de acariciar niños y perros, de abrazar desconocidos, de sonreír al indeciso. Y no hay por qué hundirse en el cinismo, pero sabemos que muchas promesas no serán hechos, que algunos hablan como si los que hubieran gobernado fueran otros y se descubrieran de pronto haciéndose oposición a sí mismos; y los contrarios, que no han sufrido las heridas del gobierno, parece que tienen el trabajo fácil, pero tampoco.
No son nuestras primeras elecciones. Hace mucho que se perdió la inocencia, pero ¡aleluya!, ahora existimos porque somos un voto. Quizás el suyo.
Pero, ¡ay, las falacias ad nauseam! Al igual que una mentira repetida mil veces no se convierte en verdad, tampoco los eslóganes son realidad hasta que el poder está en la mano. Estudien todas las falacias, que no les pillen desprevenidos. Una de las más sobadas siempre: el argumento ad hominem: «vótame a mí, que el contrario es un bandido, un demonio, el Mal». Y ya, de paso, viene la generalización: «todos los que están con él son unos diablos». ¡Uuuu! El miedo siempre es alimento aprovechable.
Ad consequentiam, si nos han votado antes a nosotros, es que somos los buenos. Vuelvan a comprar.
Y, de paso, me encanta eso de: «lo que los ciudadanos quieren» (es decir, lo que quiero yo).Vamos, el típico argumento ad populum, como si uno solo fuera legión.

Falacias ad nauseam
16/05/2015
Actualizado a
19/09/2019
Comentarios
Guardar
Lo más leído