Este es un texto de urgencia. Escrito con el corazón en la boca. Escrito con estas cifras en la cabeza: 8.000 personas evacuadas, 40.000 has. quemadas. Que van a más, que van a más, Dios mío. Y dos muertos.
Y mucho dolor, y mucha lucha. Lucha, sí.
El campo está en guerra.
El día 2 de agosto fui a la manifestación en San Feliz de Órbigo para defender las presas y las huertas del Órbigo amenazadas por la modernización del regadío. También he firmado en contra de la construcción de macroparques eólicos en la Montaña Central, Cabrera y Bierzo. Contra la presa del río Cabrera. Contra la construcción de una envasadora de agua que iba a secar pozos y acuíferos en Castrocalbón. Contra el macroparque solar en la Somoza. He firmado para que pongan un pediatra en La Bañeza para dos mil niños.
El campo está en guerra. El campo leonés, el campo zamorano, el campo abandonado de todo el noroeste.
En guerra contra las empresas de rapiña que lo quieren esquilmar, en guerra contra la Administración que pone trabas a todo, que quita consultorios, cierra escuelas y paradas de tren. Y ahora, en guerra contra el fuego.
Este es el peor frente, que es consecuencia de los anteriores: desidia y abandono.
El día de la manifestación por el agua, dijo mi hermana: "A los pueblos poco a poco les quitan todo, solo falta que les prendan fuego". Fue premonitorio. El lunes 11, después de la resaca del campeonato de Moto GP de La Bañeza, cuando el exterior del polideportivo se había llenado de tiendas de campaña, llega el fuego desde la Carballeda zamorana. El polideportivo se llena de nuevo, esta vez de evacuados de los pueblos de alrededor.
También llega la fancendera.
Se crea un chat "Ayuda a La Bañeza". En media hora éramos más de mil personas. Se crean chats paralelos, uno para sanitarios, otro para psicólogos que atendieran a los miles de desplazados, otro para tractores que fueran a cavar zanjas, otro para llevar comida a los animales. Ante mis ojos la gente se organiza. La gente dona. La gente se ofrece a llevar a unos y a otros. Un camionero llena su remolque de pacas, ¿adónde hay que transportarlas? Otro compra grano y piedras de sal. Otra regala balas de paja. Se pasan teléfonos. Se pasan mensajes, dónde está el incendio, cómo va Miñambres, se puede cruzar a Jiménez. También hay mensajes desesperados: "Un tractor por favor, algo ayudadnos. Necesitamos ayuda en Herreros de Jamuz".
El corazón se me encoge y siento eso que se dice a menudo: impotencia. Y tristeza. Y también mucha ira.
Mientras, la gente se organiza en facendera. El pueblo salva el pueblo. No queda otro remedio. Porque no hay medios suficientes, no hay bomberos suficientes, no hay aviones ni helicópteros. No hay nada, solo las manos de la gente.
Casi todos mis amigos son de las comarcas de alrededor de La Bañeza, sus familias evacuadas, cada uno con un drama a cuestas. La Bañeza se llena de mastines con carrancas porque los ganaderos han traído a sus perros. No a sus rebaños, ni a sus vacas, ni a sus gallinas, ni a sus cerdos. Pequeñas explotaciones agrícolas cercadas por las llamas. En el polideportivo flota la desesperación en el aire. Mucha gente mayor en shock, gente que te dice, ay, mis gallinas; otro, ay, la mi majada; otro, ay, la casa.
Mi amigo Sebastián Román, de Castrotierra, lleva noches sin dormir. Se niega a abandonar su casa como muchos otros. Los agricultores cavan zanjas en torno a los pueblos. Así logran salvar muchas aldeas. Porque, insisto, no hay nadie ni nada más.
Mi amiga Manuela Vidal Vallinas, de Quintana del Marco: "A mi padre lo sacó la Guardia Civil casi a la fuerza. Cuando íbamos por la carretera de Santa Elena, filas de coches, gente caminando por el arcén entre humo y llamas. Mi padre decía, 'ahora sí que vamos de boca a la muerte'. No vino ni un camión de bomberos ni un helicóptero, nada. Mucha gente ha perdido todos sus recuerdos, las fotos, los documentos. Cuando te dicen, salga corriendo y llévese solo lo importante, ¿qué te llevas?".
Mi amiga María Jesús Vidales me llama llorando. "Se quemó la casa de mis abuelos en el Monte Latas en Tabuyelo. Todo el encinar. La bodega. No puedo, no puedo ni ir a verlo".
El martes se hace de noche en La Bañeza a las siete de la tarde. Llueven lágrimas negras de ceniza. El cielo adquiere un color rojizo apocalíptico. Se habla de evacuarnos. Sabemos qué sucede: se quema la Valduerna, la Valdería. Se queman los paisajes de mi infancia y la de muchos otros. Castrocalbón, el pueblo de mi bisabuela La Topa, donde los corzos llegan hasta la puerta y los lobos aúllan en la espesura. Jiménez de Jamuz, el pueblo de los alfareros, de la bodega El Capricho. La Portilla, arrasado todo su encinar. Herreros de Jamuz con sus viñas centenarias, la bodega de Fuentes del Silencio, que había logrado levantar el espíritu del lugar. Y campos de labranza. Y los valles del Duerna, el paisaje del oro, los canales que llegaban agua hasta las Médulas -también arrasadas-.
El alcalde Javier Carrera suspende las fiestas de la Patrona de La Bañeza. Es extraño ver las calles semivacías en la semana grande del pueblo, justo cuando vienen todos los emigrados.
El miércoles nos enteramos de que fallece mi vecino Abel Ramos, 35 años, vicepresidente del Motoclub, emprendedor, activo, animoso. Su amigo Jaime Aparicio -fallecerá también- y su hermano, muy graves ambos. Dan la vida luchando contra el fuego en Nogarejas. Fernández Mañueco, presidente de la Junta de Castilla y León, y Suárez Quiñones, consejero de Medio Ambiente, se contradicen, que si eran o no voluntarios, que si actuaron por su propia cuenta. También se enzarzan con el ministro vallisoletano Óscar Puente. Que si estaban o no de vacaciones cuando empezaron los incendios.
Y mientras, 8.000 personas evacuadas, 40.000 has. quemadas. Y dos muertos.
Y manos, las manos de la gente.
Esto es la crónica de una muerte anunciada.
Recuerdo el incendio de Castrocontrigo en 2012,14.000has. quemadas. Hace tres años ardió la Sierra de la Culebra, 31.000 has. No hemos aprendido nada. La Junta no ha aprendido nada. Afirma Juan Navarro, autor de Los rescoldos de la Culebra: "El contexto rural es el mismo, la gestión forestal sigue igual, los bomberos en unas pésimas condiciones laborales, estrecheces en contratación anual. Eso que prometieron, que los incendios se apagan en invierno, no se ha cumplido. Los incendios no se van a eliminar, pero pueden adquirir otros niveles. Los bomberos están exhaustos. Y les puede pasar factura. La situación sigue siendo crítica".
Esto es la crónica de una muerte anunciada.
Dice mi amigo Adrián Ferrero, emprendedor bañezano especializado en la salud de los suelos: "Sabíamos que esto iba a pasar y por eso pensaba que había que disfrutar nuestros montes todo lo que pudiéramos". Le tiembla la voz.
Dice Sara Mateos, agente medioambiental y gerente del CSIF, en una entrevista hecha en el polideportivo de La Bañeza a la Cadena SER: "Sabíamos que iba a ocurrir. El operativo ha colapsado. Los directores de extinción pedían más medios y les decían que no había. Solo tenemos capacidad para atender pequeñas incidencias. Hay incendios en los que no se está mandando a nadie. Compañeros que llevan días con jornadas de 18 horas. Si tienes un buen equipo, personas preparadas en el momento, evitas que lleguen a alcanzar estas magnitudes. La prevención es nula. Mañueco insiste en que se gastó 74 millones de euros. Pero no sabemos en qué se los ha gastado".
Abandono y dejadez.
El jueves enterramos a Abel Ramos. La iglesia a rebosar, la plaza a rebosar. Una ola de pesar sobre nuestras cabezas. Hubo aplausos y un silencio aterrador. No vino ni una sola autoridad. Ni de la Diputación ni de la Junta ni de la Subdelegación de Gobierno.
La vida de un joven de 35 años, voluntario, que murió luchando contra el fuego, no vale un viaje de Valladolid a un pueblo leonés.
40.000 has quemadas, 8.000 personas evacuadas, no merecen un viaje de Valladolid a un pueblo leonés.
En los telediarios estos días se ven cartelas: "Incendios en Castilla y León, incendio de Zamora". Hablo con Alfonso Pisabarros, bañezano, doctor en Geografía y experto en paisaje: "Hay un desconocimiento geográfico del territorio, no puede ser que se diga que el fuego es en Zamora como si siguiera ahí. No he visto un solo mapa en la televisión. Existe un sesgo en los medios sobre qué regiones importan y qué no. El incendio de Tres Cantos de Madrid abría todos los telediarios". Me mira. "Me pregunta la gente de fuera, ¿estáis bien? Contesto sanos y salvos. Ah, entonces todo está bien, y yo pienso: no, todo se ha ido a la mierda".
Hoy domingo los incendios siguen activos. En el chat de ayuda se pide comida para los animales, agua, velas, porque no hay luz ni cobertura, alambre para cercar y que no se escape el ganado. Dicen, "urgente, se necesitan tractores y maquinaria para cavar un cortafuego en Canalejas". El fuego arrasa la Cabrera, está en Laciana, en Riaño, en Picos de Europa, salta a Asturias. ¿Por qué no se pide el nivel tres de emergencia nacional para que llegue el ejército? Tenemos un ejército entrenado, que vengan los zapadores y se pongan a cavar zanjas. Un ejército para la paz. No se pide porque eso sería reconocer que la Junta no tiene medios suficientes. Pero es que no los tiene. ¿Cuántas más hectáreas se tienen que quemar para que se den cuenta de que existimos? O quizá sería mejor arrasar con todo el noroeste, expulsar a todos sus habitantes, que se llenara de macroparques eólicos e instalaciones solares. Aprovechar el suelo quemado, ¿no?
Pues no. La facendera ha llegado para quedarse.
No podemos permitir que esto vuelva a suceder. No podemos permitir que el abandono y la dejadez queden impunes. Si somos capaces de organizarnos en medio del caos del fuego, podemos ser capaces de organizarnos para prevenirlo y para denunciar la dejadez de todas las Administraciones, Diputación, Junta y Gobierno.
Yo solo soy una escritora que escribe sobre el paisaje. El paisaje de la Cabrera, el paisaje de la montaña, el de la Valdería, el de la Valduerna. Algunos de esos paisajes ya solo existen en mis libros. Escribo esto con lágrimas en los ojos. Esto es un texto de urgencia. Es un grito de auxilio y un grito para que nos unamos. A mí ya solo me queda la palabra. Y el recuerdo de un paisaje. Y a muchos de vosotros también. Usémosla, la palabra.