juan-pablo-garcia-valades-3.jpg

Eurovisión: política, postureo y pantallas negras

23/05/2025
 Actualizado a 23/05/2025
Guardar

No sé cómo ha pasado, pero llevo ya varios años escribiendo de Eurovisión. Y eso que esto iba de política. O quizás por eso. Porque en este país, si algo nos gusta más que comer en grupo, es polemizar en grupo. Y Eurovisión lo tiene todo: música que no escucha nadie, trajes imposibles, coreografías de vergüenza ajena y un componente ideológico que me río yo del CIS.

Este año, como no podía ser de otra manera, la polémica vino con bandera. Con la bandera de Israel, concretamente. La organización pidió expresamente a todas las televisiones que no politizaran la retransmisión. Y RTVE, que ya sabemos lo obediente que es cuando no manda la orden Sánchez, decidió hacer exactamente lo contrario: pantalla en negro antes del festival con mensaje pro-palestino con un punto de sobreactuación épica, de esas que tanto nos gustan para darnos importancia.

Y en medio de ese lío diplomático, nuestra pobre representante, Melody, que venía a perrear en paz, acabó metida hasta el cuello. Porque no es que hiciera una actuación inolvidable, pero lo cierto es que la polémica la atropelló como si ella fuese la víctima. Una patada a Israel en el culo de la artista. Otro daño colateral de los egos del Gobierno y del impulso constante de convertir cualquier escenario en una trinchera ideológica.

¿Y qué pasó luego? Pues que el televoto dio a Israel 12 puntos en trece países, incluida España. ¿La canción? Normalita tirando a prescindible. Pero eso da igual. Porque el voto no era por la canción, era contestatario. El efecto péndulo. Cuanto más te dicen lo que tienes que pensar, más ganas tienes de pensar justo lo contrario. Lo vimos con Trump, con Meloni, con Milei. Y ahora lo vemos en Eurovisión. La gente está harta de que le digan cómo sentirse, qué decir y cómo aplaudir. Y cuando le dan una urna, vota sin filtro.

Aquí nos creemos el ombligo del mundo. Que Europa nos odia, que nos tienen manía… Spoiler: no nos tienen manía, no nos tienen envidia. Les damos igual. Somos ese primo simpático del sur que baila, se quema al sol y habla demasiado alto. Nos ven como un simple resort. Y a veces con razón… y así nos tratan y así nos votan.

Mientras otros países se están replanteando acuerdos comerciales con Israel desde la frialdad diplomática y estratégica, aquí lo resolvemos con una carta de queja a Eurovisión y un brindis al sol en el Congreso pidiendo un embargo que no sirve para nada porque la tecnología militar, de defensa y de inteligencia de Israel y EE UU es imprescindible. Todo muy coherente. España, una vez más, dando lecciones mientras hace justo lo contrario por la puerta de atrás.

Total, que Eurovisión vuelve a ser lo de siempre: el reflejo perfecto de nuestras contradicciones, mientras seguimos pensando que todo es ideología, cuando a veces solo es una canción mala con fuegos artificiales. Un karaoke geopolítico donde ganan los que saben leer la sala, no los que gritan más alto. Pero que viva el show y el perreo. Por lo menos hasta la próxima polémica.

Lo más leído